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La pasión turca de los cristianos de Irak

Después de agotar la capacidad de acogida de Siria y de Jordania, los iraquíes prueban suerte en Estambul

AP

DANIEL IRIARTE

Cuando el pasado noviembre Al Qaida en Irak lanzó un ultimátum contra los cristianos de aquel país, en el que les daba apenas 48 horas para abandonar el territorio nacional, muchos decidieron hacer las maletas hacia los países vecinos. Desde entonces, unos cuatrocientos se han dirigido a Estambul. Quienes realizan trabajo humanitario con ellos dicen que es imposible conocer el número exacto de recién llegados.

«Están aterrorizados. Incluso nosotros tenemos problemas para tratar con ellos», asegura el padre Idris Gabriel Emlek, segundo responsable de Kader, una asociación de acogida para refugiados gestionada por la Iglesia Caldea de Turquía.

«En realidad el goteo de llegadas ha sido constante, no se ha interrumpido en ningún momento», explica el sacerdote a ABC. «Pero en mi opinión, el terror es mayor ahora que hace cinco meses. Algunos llegan y no pueden ni hablar, no quieren abrirse a la gente. Muchos tienen miedo de salir a la calle, a pesar de que ya no están en Bagdad sino en Estambul. Hay incluso mujeres que han perdido el ciclo menstrual», afirma.

«Aquí no»

En realidad, Turquía no es un destino fácil para los iraquíes. El gobierno turco es signatario de la Convención de Ginebra desde 1951, lo que obliga al país a acoger a aquellos que huyen de un conflicto armado. Pero ante el temor de que el país se llenase de personas que escapaban de un Oriente Próximo más que inestable, exigió que se aplicase la llamada cláusula de limitación geográfica, lo que significa que sólo acoge refugiados provenientes de Europa. Los iraquíes, pues, sólo pueden permanecer en Turquía por un tiempo. En la práctica, esta temporalidad implica enfrentarse a enormes dificultades para regularizar su situación, obtener permisos de trabajo e incluso encontrar alojamiento.

«Normalmente carecen de un modo de financiación, tienen que depender de alguien», relata a ABC Belinda Mumcu, de Cáritas Turquía. «Por ejemplo, deben pagar una tasa de residencia. Debido a la presión de algunos grupos humanitarios, actualmente hay una orden de no cobrarla, pero hay muchas zonas donde la administración local lo sigue haciendo. Creen que en el fondo los refugiados tienen los medios para conseguir el dinero», asegura.

La socióloga Didem Danis enumera algunos de estos problemas: «Impedimentos legales, la distancia geográfica entre grandes áreas metropolitanas , la diferencia lingüística, los elevados precios y la insuficiencia de ONGs que les asistan», explica Danis, autora de un estudio sobre los refugiados iraquíes para el Centro de Estudios Estratégicos de Oriente Medio, con base en Estambul.

Siria al completo

Por ello, apenas hay unos 10.000 refugiados iraquíes en Turquía, frente a los más de un millón que acoge Siria o el medio millón que se han dirigido a Jordania, según cifras de ACNUR. Pero ambos países han agotado su capacidad de absorción. La llegada de los iraquíes casi ha doblado la población de Damasco desde 2003, por lo que el precio de los alquileres se ha disparado en esta ciudad. Han aparecido problemas de suministro de agua e incluso de alimentos en algunos momentos, lo que llevó al régimen sirio a cerrar las fronteras en 2006. En cambio, Turquía sigue siendo una opción abierta.

«El visado turco cuesta muchísimo dinero, pero es posible obtenerlo en la embajada turca en Bagdad», cuenta el padre Emlek. «Algunos vienen en avión, porque hay vuelos directos entre Bagdad y Estambul. Otros llegan en coche, cruzando toda Turquía», nos dice.

Según el sacerdote, otro de los motivos por los que algunos eligen esta ciudad es la existencia de redes de ayuda a los refugiados cristianos, como su propia organización. «Ellos saben que estamos aquí», afirma Emlek, quien explica que la postura de la iglesia caldea es en realidad la de intentar que los cristianos permanezcan en sus países. «Pero también saben que, si se ven obligados a huir, estamos dispuestos a ayudarles».

Las cosas no son mucho mejores en el Viejo Continente. «Europa no es muy favorable a los refugiados», se lamenta el padre Emlek. Ni siquiera a los cristianos. «Aunque tras los ataques a iglesias de Bagdad de hace algunas semanas, ha mostrado más apertura», dice. Trágica ironía.

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