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Columnas / HAY MOTIVO

Secuestrar el futuro

El Ibarretxe catalán, acompañado por Jordi Pujol, tiene en sus manos el devenir de Zapatero

Día 28/12/2010
DE un nacionalista nunca se sabe lo que va a hacer, pero sí lo que no va a hacer. En el caso del molt honorable Mas se tienen suficientes certezas como para prever la institucionalización del desacato, la normalización del regateo, el incumplimiento premeditado de las sentencias y la relativización de las leyes. De hecho, la primera providencia del president Mas ha sido la de prometer el cargo a la batasuna, con una morcilla, que es lo propio en un teatrillo. Toda una arquitectura legal para que el «constructor» de Cataluña (así se define) se salte el protocolo y lo que no está en los escritos para vincular sus errores a los designios de la Historia. Promete el cargo «con plena fidelidad al pueblo de Cataluña», adenda que es la regla para cualquier excepción que se le ocurra, desde poner en solfa al Estado con el concierto económico hasta declarar inaugurada una nueva «transición nacional». Entre enmiendas a la Constitución, butifarras a los jueces y morcillas como fórmulas legales, Mas mantiene abierta la casquería del tripartito, ahora una reducción sociovergente frente a la complejidad de una sociedad que vota lo que quiere para que los partidos pacten lo que se les antoja, una reinterpretación electoral de la que se deduce que nada ha cambiado, que la Carta Magna es papel mojado, que España no existe, que el castellano es un idioma hostil y que la secesión es cuestión de tiempo. No se esperaba menos de quien conoce el precio de la política desde mucho antes de que se lo mostrara Zapatero en una timba monclovita cuando lo del Estatut.
Convertido el Parlamenten lo más parecido a una asamblea de ERC, Mas encabeza una rebelión contra el Tribunal Supremo, pone precio a la continuidad de Zapatero y remueve los cimientos del Estado de las Autonomías con la abstención cómplice del grupo socialista en pleno. La derrota parece un armisticio en vez de una capitulación, con retiros dorados y hasta una consejería, la de Cultura, para los conversos. A cambio, el mando a distancia de España, desde la estabilidad política a las circunstancias del mercado. ¿Una mayoría absoluta del PP? «Dios no lo quiera», respondía Mas. Cualquier mayoría absoluta, menos la propia, es la peor de las pesadillas de un político, y más para quienes han convertido la ideología en una cuestión de oportunidad.
El Ibarretxe catalán, acompañado en todo momento por Jordi Pujol, tiene en sus manos el devenir de Zapatero, pero ha pedido rescate por el futuro de España. Quiere las llaves de la caja (única), su parte de Aena, el oro de Moscú, inmunidad diplomática, impunidad total y la mitad más uno de puestos en el Constitucional, entre otras prendas a mayor gloria de la «plenitud nacional» de Cataluña, aspiración primaria que agita como prueba de vida en ese secuestro del futuro de un país entero. Obviamente, los derechos individuales, la legalidad, la moralidad y hasta la urbanidad democráticas no van a suponer ningún obstáculo en este «remake» del pujolismo, del que el tripartito no fue sino una consecuencia natural en un momento de despiste después de 23 años. Tras el interinazgo charnego, el nacionalismo de segunda generación se abalanza sobre el Estado con la obstinación de los pioneros, al abordaje y sin cuartel. La rueda del chantaje nunca deja de girar y si antes era el tripartito con el Estatut, ahora será un prospecto de Pujol con el mentón de Kent (el compi de la Barbie) quien reparta las cartas, el «dealer» de una partida con ases en la manga.
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