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Columnas / UNA RAYA EN EL AGUA

El final de la inocencia

La deriva crepuscular del zapaterismo es el tránsito de la infancia política a la madurez de los desengaños

Día 28/12/2010
YA casi no quedan inocentes en España después de tantos crudos desengaños. Los últimos se cayeron del guindo en el mes de mayo, cuando el paladín del bienestar que los había engatusado con el sonido de su flauta socialdemócrata fue obligado a desnudarse de sus disfraces triunfalistas para aceptar la realidad de un oscuro fracaso. Hasta entonces, muchos habían vivido en la feliz inopia de un discurso complaciente de optimismo candoroso: la crisis que nunca existió duraría apenas dos años, el 2010 sería el del comienzo de la recuperación, el Estado tenía recursos para sostener la caída, jamás serían necesarias reformas de bienestar social, los sindicatos eran los aliados de la nueva izquierda y juntos hallarían un camino diferente que mostraría al mundo cuán equivocado estaba. La democracia bonita de los derechos civiles y el dadivoso minimalismo político eran el antídoto contra la recesión. Pero aquel viernes de primavera se desmoronaron los últimos ensueños y se deshiló de golpe la nube del pensamiento mágico: las deudas había que pagarlas y los acreedores no aceptaban excusas. El recorrido de la fantasía había terminado.
Desde entonces la cólera de los inocentes no ha dejado de crecer debajo de una oleada de desencanto. La caída del zapaterismo, su vertiginoso desprestigio, no es más que el fruto de esa decepción multitudinaria ante la expectativa despertada por un gigantesco ejercicio de irresponsabilidad. La paradoja consiste en que ese desplome se ha producido cuando el propio presidente ha tenido que despertar de su quimera y avenirse a los principios de la necesidad y el pragmatismo. Demasiado tarde: en un régimen de opinión pública acaba resultando imposible ser una cosa y su contrario. Zapatero lo intentó demasiadas veces, y tuvo éxito mientras sus piruetas no afectaron al tren de vida de la gente. Sus creyentes le siguieron en su aventurerismo fantástico hasta que se topó con un muro de tozuda objetividad y hubo de volverse como un profeta desconcertado para anunciarles el fin de la utopía. Su tragedia consiste en que los fieles se han negado a seguirle en el itinerario de retorno; no se dan cuenta de que no les ha engañado ahora, sino durante los años de feliz impostura en que les pintaba irreales trampantojos. El veredicto de esa contradicción ha sido inmediato, implacable, despiadado: lo contrario de inocente es culpable.
Al final, la deriva crepuscular del zapaterismo no es más que el tránsito de la infancia política a la madurez de las certezas amargas e innegociables. Esa hora cruel de las desilusiones en que el hombre ha de pactar con las limitaciones de su conciencia. Ese momento en que los sueños se desvanecen y la inocencia se evapora con la severa crueldad de un descalabro. Ese día aciago en que un niño descubre que los Reyes Magos son los padres… y además se han quedado sin trabajo.
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