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Salutación del pesimista

Rafael Núñez Florencio acaba de publicar un libro, «El peso del pesimismo», que es una crónica de esta manía española

Día 27/12/2010
Una de las mayores paradojas de este mundo es que mientras los extranjeros consideran España el país de la alegría, los españoles la vemos como el del llanto. Una idea que no es de ahora sino de siempre, pues incluso en la cumbre de su poderío y riqueza, los españoles no podían ser más pesimistas sobre su situación. Algo que viene repitiéndose como un ritornelo desde entonces y alcanza simas de depresión con cada derrota. Un profesor sevillano, Rafael Núñez Florencio, acaba de publicar un libro, «El peso del pesimismo», que es en realidad una crónica de esta masoquista manía española. Sin emitir opiniones por su parte, limitándose a mostrar ejemplos sacados de nuestros poetas, novelistas, dramaturgos, ensayistas, pintores, políticos y científicos, el autor nos va mostrando esta turbia tendencia de nuestro espíritu. El material que acarrea es impresionante. La ordenación, rigurosa. La conclusión, clarísima: los mayores denigrantes de España hemos sido los españoles.
Como si sintiéramos una tendencia irresistible hacia la decadencia, en España comienza a hablarse de ella cuando era todavía la primera potencia mundial, temida por el resto de los países, para alcanzar el grado de auténtica orgía de autoflagelación cuando pierde las última colonias ultramarinas. Pero es que tampoco podemos gozar de nuestros éxitos, y como si no supiéramos aguantarlos, bien pronto los estamos cuestionando. La desilusión aparece como parte esencial de nuestro espíritu, e igual se materializa en el «no es esto, no es esto» de Ortega ante la república que ayudó a traer que en el «desencanto» ante la transición traída en andas del consenso por la inmensa mayoría de las fuerzas políticas.
Imposibilitado por la obligada brevedad de un artículo a abordar el amplio escenario del libro que estoy comentando, me queda sólo una pregunta: ¿cómo es posible que cuando los españoles hemos alcanzado lo que veníamos añorando durante siglos —la integración en Europa, la democracia parlamentaria, la descentralización administrativa— que cuando hemos conseguido un éxito aplaudido por todo el mundo e imitado en parte de él —pasar de una dictadura a una sistema representativo sin sangre—, nos sintamos tan descontentos, tan frustrados, tan incómodos como dejan ver los medios de comunicación, las encuestas de población y los debates parlamentarios? Núñez Florencio no contesta a esa pregunta. Como un forense tras hacer la autopsia de un cadáver, se limita a exponer lo que ha encontrado en él. Para los españoles, sin embargo, esa pregunta es crucial. ¿Somos incapaces de digerir los éxitos? ¿Nos falta el gen de la complacencia? ¿Estamos condenados a ser nuestros peores enemigos? En cualquier caso, un libro no sólo para leer, sino para meditar.
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