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Tregua navideña para la minoría religiosa más perseguida en el mundo

«Durante unos días al año podemos expresar la alegría», afirma una católica paquistaní

FRANCISCO DE ANDRÉS

En Beirut, como en muchas otras capitales de Oriente Próximo, los cristianos celebran la Navidad con el mismo espíritu de fiesta y de tradición de todo el orbe: visitas a los familiares, arroz con pollo y «kubbeh» en la mesa, almendras garrapiñadas para los más pequeños. En el otro extremo de Oriente, en Hong Kong, centenares de miles de niños esperan los regalos de Dun Che Lao Ran, el anciano que hace las veces del Santa Claus —San Nicolás— de Occidente. «Durante unos días», comenta Saima Charles, una joven católica paquistaní que trabaja en el proyecto salesiano de Lahore, «gozamos de la impresión de que podemos expresar en público nuestra alegría».

Algo de paz

Según la ONG «Open Doors», alrededor de cien millones de cristianos, entre los dos mil millones de creyentes en Jesús que hay en el mundo, vivirán estos días navideños como un lapso de paz dentro de una atmósfera general de acoso y represión de sus prácticas religiosas.

En los últimos registros publicados por las organizaciones defensoras de los derechos humanos y por el Departamento de Estado, la lista de los «infiernos» en la tierra para las minorías cristianas está encabezada por países como Corea del Norte, Arabia Saudí, China y, especialmente este año, Irak.

Casi cuatro millones de cristianos viven en Oriente Próximo, cuna de las tres religiones monoteístas y donde la radicalización de los gobiernos árabes musulmanes crea un clima cada vez más irrespirable para los no mahometanos. Así lo puso de relieve el último Sínodo de obispos de la región, celebrado en Roma a finales de octubre. La Tierra Santa de Jesús y los países vecinos tenían a finales del siglo XIX todavía un 24,5 por ciento de población árabe cristiana. Hoy se calcula que esa minoría es inferior al 8 por ciento de la población. Y el éxodo sigue imparable.

Entre dos fuegos

El clima de hostilidad sembrado por los predicadores islamistas y por los gobernantes —que creen obtener, de esta manera, más legitimidad ante las mayorías musulmanas— utiliza como cobertura la animosidad de Occidente hacia el islam radical tras el 11-S. En su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, Benedicto XVI acaba de denunciar que los cristianos son hoy «el grupo religioso que sufre el mayor número de persecuciones a causa de la fe».

La situación más angustiosa la sufre probablemente la Iglesia de Irak, la misma que utiliza en su liturgia el arameo, la lengua materna de Jesús. Desde el comienzo de la guerra, entre un tercio y la mitad de sus 800.000 cristianos han decidido emigrar; 9.000 han muerto por su condición de cristianos a manos del fanatismo islamista, y 52 iglesias han sido destruidas.

En el resto de los países en estado de alerta, Egipto y Pakistán —con regímenes presuntamente laicos— han experimentado este año un sensible deterioro de la situación de los cristianos. Fuera del ámbito musulmán, China ha puesto fin a casi cinco años de tregua y anuncia una nueva etapa de persecución de los católicos fieles a Roma.

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