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Montjuïc, la montaña enjaulada

Puig i Cadafalch ligó su vocación a la militancia nacionalista y quiso proyectarse en una Barcelona que soñaba como un «París del Migdia». Erigió las cuatro columnas en Montjuïc que ahora de forma polémica recupera el Ayuntamiento

SERGI DORIA

No existe una arquitectura sin contexto político. El contexto de las cuatro columnas que el arquitecto Josep Puig i Cadafalch (1867-1956) alzó en 1919 en un Montjuïc todavía virgen —y ahora recuperadas en medio de la polémica por el Ayuntamiento de Barcelona— culminaba la fase «constructiva» del Noucentisme, con la Mancomunitat de Prat de la Riba, y ensalzaba el movimiento cívico-cultural plasmado políticamente en la Lliga Regionalista. Arquitecto, historiador del arte y arqueólogo, Puig i Cadafalch ligó su vocación a la militancia nacionalista y quiso proyectarse en una Barcelona que soñaba como un «París del Migdia».

El tramo más importante de su obra se sitúa en la primera década de siglo XX compartiendo protagonismo con Gaudí, Domènech i Montaner y la presentación del Plan Jaussely, proyecto nonato de reforma urbanística apoyado por el catalanismo burgués. Son los años de sus mayores realizaciones que coinciden con su labor de concejal arquitecto, entre 1902 y 1905: Casa Amatller (1900), Casa Macaya (1901), Casa Quadres (1904) y la germanizante Casa Terrades (1905), conocida popularmente como «La casa de les Punxes». Obras carismáticas del modernismo que ganan perspectiva en un Ensanche que Puig y Cadafalch detesta: «El plano de la ciudad que resulta de tanta palabra vacía es la nueva ciudad en la que hoy vivimos, pero llena de indignación ver cómo Cerdà se atreve a atravesar groseramente la carne viva de la ciudad antigua destruyendo monumentos interesantes, empotrando su tablero de ajedrez en la vieja estructura de la ciudad histórica», escribirá.

Diputado de la Lliga por Barcelona, el arquitecto desplegó una febril actividad en la sistematización y recuperación del patrimonio artístico catalán, mientras ninguneaba y dispersaba los planos de Cerdà. En 1917, un Montjuïc urbanizado preparaba la Exposición de Industrias Eléctricas que patrocinó Cambó y frustró la Guerra Europea.

A la muerte de Prat de la Riba, agosto de aquel año, Puig tomó el relevo en la presidencia de la Mancomunitat. En 1919 levantó las cuatro columnas como alegoría de la «senyera», justamente el año de la huelga de La Canadenca que dejó a Barcelona sin luz e hizo emerger a una CNT cada vez más poderosa bajo la dirección de Salvador Seguí, el Noi del Sucre.

Tras la gran fiesta de la neutralidad europea, la burguesía catalana pasó a la defensiva y la Ciudad Condal se convirtió en un campo de batalla donde andaban a tiros los pistoleros de la patronal y los anarcosindicalistas. En marzo del 19, la Mancomunitat colabora con el somatén en el abastecimiento de la ciudad paralizada.

Son los tiempos de Martínez Anido y la ley de fugas, cuando en Barcelona «mataven pels carrers». Para entender aquella época y sus hombres resulta muy útil leer el grueso volumen que el historiador Ucelay da Cal dedicó a «El imperialismo catalán» (Edhasa) que suministrará ideas-fuerza a los nacionalismos de los años veinte: de Eugeni d'Ors al fascismo mussoliniano a partir de conceptos como «arbitrarismo», «continuidad», «civilidad» e «Imperialismo». No resulta extraño que el presidente de la Mancomunitat apoyara el golpe militar de Primo de Rivera; despidió al entonces capitán general de Cataluña en el apeadero de paseo de Gracia donde este tomó el tren destino Madrid para proclamar el Directorio Militar de septiembre de 1923.

Montjuïc Cinecittá Tras diseñar el recinto de esa Exposición que no llegaría hasta 1929, Puig i Cadafalch levantó sus cuatro barras de ladrillo rebozadas para conseguir un efecto pétreo junto a los palacios de Alfonso XIII y Victoria Eugenia que había realizado con Guillem Busquets: fueron los primeros en construirse y en 1923 acogieron la Exposición del Mueble. Sin dudar un ápice sus virtudes como arquitecto, Puig i Cadafalch no brilló por su clarividencia y vio en 1924 cómo el dictador Primo de Rivera abolía la Mancomunitat que él presidía y en 1928 debeló su columnata.

Ahora vuelven a erigir aquellas columnas de problemático emplazamiento en un espacio ya desarrollado; cuatro columnas jónicas que, para muchos observadores, ponen entre rejas la perspectiva que ofrece la fuente y el Palacio Nacional desde la avenida María Cristina.

Ahora ya no hay quien las mueva: ahí están, esperando la inauguración entre opiniones encontradas. Una reposición que ha obedecido más a la coyuntura política —la urgencia del alcalde Hereu por sumar los votos de ERC a una precaria mayoría municipal— que a una reurbanización meditada. En palabras del republicano Portabella, «un proyecto de alto voltaje simbólico» que nos cuesta casi dos millones de euros en tiempos de crisis… Otros observadores menos «patrióticos» y más irónicos contemplan la columnata como un homenaje a los antiguos estudios Orphea de Montjuïc: ese estilo «kitsch» que recuerda a los peplums de Cinecittá…

ERGI DORIA

FOTOS: INÉS BAUCELLS

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