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Columnas / AD LIBITUM

¿Hay vida fuera de un partido?

Rota la separación de los poderes del Estado, se genera una promiscuidad entre el poder político y el del dinero

Día 04/12/2010
NO es que nuestra democracia, en el parto de la Transición, naciera robusta y sin problemas; pero la degeneración partitocrática en la que ha ido incurriendo, con merma de las libertades y encanijamiento de la representatividad, la ha convertido en débil y enfermiza y, lo que es peor, sin esperanza de vida ciudadana, actividad económica y autonomía cultural fuera del ámbito de protección de la sigla de un partido. Rota la separación de los grandes poderes del Estado, la esencia del sistema, parece tratarse de generar también una promiscuidad, tan despreciable como dañina, entre el poder político y el del dinero. Se advierte con toda nitidez en la configuración que van adquiriendo las Cajas de Ahorro en los procesos de fusión, o salvación, a los que están sometidas y que, dicho sea de paso, cursan con sospechosa lentitud, inquietante opacidad y mayor politización de la que antes se asentaba en esa mitad del sistema financiero español.
Para producir tan rechazable efecto se han acuñado nuevas formulaciones eutrapélicas, como el Sistema Institucional de Protección, el SIP, una mandanga a la que le dicen «fusión fría» y que es, de hecho, una tolerada componenda para, entre otras cosas, no dañar los intereses de quienes llevan ya mucho tiempo asidos a la teta de las Cajas. El Consejo de Caja Madrid, por ejemplo, acaba de nombrar a los once consejeros que le corresponden en la nueva institución a que dará paso su integración con Bancaja, Caja de Canarias, Caja de Ávila, Caixa Laietana, Caja Segovia y Caja Rioja. Ya tendremos tiempo de ocuparnos del presente y del futuro de los administradores que han generado las catástrofes que se tratan de aliviar, con vergonzante disimulo, con este SIP; pero valga reseñar que esos once consejeros que, con Rodrigo Rato a la cabeza, aporta Caja Madrid al nuevo órgano fusionado en frío —¡toma nísperos!, que decía Campmany— son: siete militantes o rabiosamente próximos al PP, dos del PSOE, uno de IU y otro de CC.OO. La promiscuidad cursa así con dominio de la propincuidad y todas las señales de la concupiscencia.
Este afán, compartido por las todas formaciones políticas en presencia, de prescindir del talento, la experiencia y demás virtudes cívicas en bien de la militancia y la adhesión y reproducir, más o menos, en cada lista de gobierno y administración empresarial un porcentaje parecido al del Parlamento más próximo entre la docena y media de los que disponemos no solo es estéril. Se puede calificar como dolosa y clara expresión de desprecio al poder verdadero y democrático, el de los ciudadanos. Es la rebelión de los representantes.
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