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La mala vida de los narcos de Río

Seducidos por una vida de dinero fácil y violencia, muchos muchachos de las favelas se alistan al narco a los 12 años

VERÓNICA GOYZUETA

Sandalias de plástico, pantalones cortos y camisetas. Ése es el uniforme usado por la mayoría de los narcos de Río de Janeiro, jóvenes morenos, altos y delgados, que contrastan lo «casual» de su indumentaria con el carísimo armamento que cargan sobre sus hombros: fusiles, pistolas y ametralladoras.

Los muchachos que ingresan al tráfico son alistados apenas entran en la adolescencia, a los 12 y 13 años, seducidos por una vida de dinero, poder, drogas, mujeres y grandes fiestas al ritmo de la música funk, un ritmo norteamericano que se aclimató muy bien al calor tropical de Río. Pero la realidad es que la mayoría de ellos no llega a los 18 años y que las familias humildes que viven en las favelas, están cansadas de ese destino trágico que les roba diariamente a sus hijos, en una guerra que dura ya 30 años.

Las escenas contempladas esta semana en Río son las mismas que la población ve una y otra vez desde finales de los años 70, cuando un grupo de narcos recién salidos de prisión —tras la convivencia con presos políticos—, creó el «Comando Rojo», la primera facción del crimen organizado de Río. Financiados gracias a una serie de asaltos a bancos, los narcotraficantes se unieron a los carteles de Bolivia y Colombia para distribuir cocaína en Brasil.

Protegidos por la geografía accidentada y por el laberinto de tugurios de las favelas, los narcos del «Comando Rojo» controlaron más del 70 por ciento de los puntos de venta de drogas de la ciudad. Pero pronto tuvieron que enfrentarse a otras bandas, como el «Tercer Comando» y los «Amigos de los Amigos» (ADA). La guerra por el control del territorio de las favelas provocó episodios de terror y 60.000 muertos en diez años. Una cifra que supera el número de soldados norteamericanos muertos en la Guerra de Vietnam.

La guerra eterna

La falta de políticas públicas y sociales, los bajos salarios de la policía y su alto índice de corrupción, la impunidad y el surgimiento de milicias que cobran a cambio de protección, contribuyeron a eternizar esta guerra entre narcos.

La novedad en esta ocasión es que, por primera vez en mucho tiempo, la policía ha sido recibida con aplausos en las favelas. Los habitantes de esos pobres poblados apoyan la acción militar. Es más, en una semana la Policía ha recibido más de mil denuncias anónimas, con informaciones sobre escondites de armas, drogas y narcos. Antes, los habitantes de las favelas lloraban por los malhechores muertos. No por nada, sino porque los narcos eran quienes sustituían al Estado.

El cambio de actitud de la población ha sido en buena parte resultado de la operación desarrollada desde hace dos años por el Gobierno de Río por la que unas Unidades Policiales de Pacificación intentan rehabilitar las favelas con la colaboración de grupos de acción social y la construcción de escuelas y viviendas. Esa estrategia condujo a que los narcos se concentraran en la zona de Vila Cruzeiro, accidentada y de difícil acceso, que finalmente está cayendo en manos de la policía. José Junior, fundador de la ONG Afroreggae, respetada por los habitantes de las favelas, por los narcos y por la policía, ha sido convocado para mediar en un acuerdo de paz. Junior, un hombre nacido en la favela y que vio a todos sus amigos de adolescencia morir en el narcotráfico, fue un pionero en la rehabilitación de narcos. Su mediación puede ser fundamental para conseguir la rendición de más de 500 hombres, la mayoría jóvenes que no ven alternativa existencial más allá del tráfico de drogas y que no parecen dispuestos a renunciar a su actual estilo de vida.

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