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«¡Nos vamos a casa!»

El Tribunal Supremo acepta revisar el caso de Antonio Meño, 21 años en coma por negligencia médica. La familia deja su chamizo-protesta de la plaza Jacinto Benavente

«¡Nos vamos a casa!» JOSÉ ALFONSO

MARÍA ISABEL SERRANO

«¡Pero qué me dices, chiquilla! ¿Estás segura?¡Ay Dios mío! ¡Por fin se hace justicia!». Con la voz entrecortada, casi incrédula, Juana Ortega respondía así al conocer ayer, por ABC, la sentencia del Tribunal Supremo (TS), sobre la negligencia médica que mantiene a su hijo, Antonio Meño, en coma desde hace 21 años. Y es que, poco antes de las tres de la tarde de ayer, el Supremo decidía estimar la demanda de revisión del «caso Meño» tras considerar acreditada una «maquinación fraudulenta» en todo el proceso jurídico que emprendió esta familia.

Los Meño García se liberan de los 400.000 euros que debían por las costas de los pleitos perdidos al carecer de las pruebas que ahora sí tienen y, también, del embargo de su piso en Móstoles, donde residen. Entre otras cuestiones, la sentencia del Supremo anula y deja sin efecto los fallos anteriores del Juzgado de Instrucción número 11, de la Audiencia Provincial de Madrid y del mismísimo Supremo. Y es que, en su día, el Tribunal tuvo que actuar sin las pruebas testificales que se pusieron en su conocimiento el pasado 3 de noviembre en el juicio donde se solicitaba la revisión del caso y hasta el que fue trasladado, en camilla, el propio Antonio Meño.

Emoción y alegría

Juana y Antonio, los padres de Antonio, tomaron una decisión desesperada hace 520 días: trasladaron su protesta a la calle. Así han permanecido, todo ese tiempo, en la plaza de Jacinto Benavente. Un chamizo-protesta por donde han pasado miles de ciudadanos anónimos a darles su firma y su apoyo. Ayer, Antonio Meño, hoy con 42 años, estuvo inquieto. Nervioso. Algo barruntaba. Fuera, en la plaza, gritos de alegría, lágrimas de emoción y abrazos de familiares, periodistas, amigos y ciudadanos anónimos. Habían ganado la batalla, pero no la guerra.

«¡Antonio, tío, nos vamos a casa!», le dijeron al hombre en coma su madre y su tío Ángel cuando veían que el discapacitado gritaba y hacía aspavientos. Porque, tal y como había anunciado Juana, la madre, «cuando se sepa la sentencia del Supremo, sea cual sea, volvemos a casa». Y se van, seguramente, esta tarde o mañana como mucho. Recogerán el tenderete y a disfrutar de la paz y el derecho reconocido por los que han luchado los últimos 21 años.

El 3 de julio de 1989, Antonio Meño entró en el quirófano de la clínica Nuestra Señora de América para hacerse una cirugía estética de la nariz. Hubo un fallo en la anestesia y él quedó en coma. Se dijo que Antonio había tenido un vómito y que se atragantó. El cirujano, Miguel Ballester, resultó absuelto; el anestesista, Francisco González Martín-More había sido condenado pero recurrió.

El caso dio un giro radical cuando el pasado 13 de febrero el doctor Ignacio Frade García testifica que él estuvo ese día en el quirófano donde se operaba a Antonio Meño de rinoplastia. Creyó que los Meño Ortega habían sido indemnizados, pero no era así. Y paseando por la plaza de Jacinto Benavente se topó con el chamizo-protesta. Se acordó de todo. Su declaración escrita sirvió para que el Supremo le escuchara el pasado 3 de noviembre. Su testimonio, ese día, ha sido clave para lograr la sentencia de ayer.

El doctor Frade dejó claro que él estaba en la operación y que no hubo vómito. Él, recién licenciado, notó algo extraño en el monitor de frecuencia cardiaca. El anestesista estaba intubando en otro quirófano. «Cuando apareció —se ratificó Frade en el Supremo el pasado 3 de noviembre—, levantó los paños que cubrían la cabeza del paciente y comprobó que el tubo de anestesia endotraqueal conectado a la máquina a través de la cual respiraba el paciente se había desconectado. El anestesista exclamó: ¡Dios mío, se ha desconectado! Comenzó a ventilar al paciente con oxígeno puro y le intentó despertar, cosa que no consiguió. Dejaron al paciente en coma barbitúrico inducido y pasó a la UCI». Otro testimonio nuevo y con peso que también se escuchó el pasado 3 de noviembre fue el de Juliana, una mujer que el 3 de julio de 1989 también esperaba, junto a los quirófanos de la clínica Nuestra Señora de América, que terminase la operación de fimosis de su hijo. Juliana declaró ante la sala que escuchó: «¡Se han cargado a un chico que ha entrado por su pie. Un chico como un castillo!». Era Antonio Meño.

Luis Bertelli, al abogado de los Meño Ortega, manifestó ayer a ABC que hay dos posibilidades. Lo primero es ver si se puede llegar a un acuerdo con la clínica y las aseguradoras. «Espero que tengan un mínimo de humanidad». De no ser así, habría que reabrir el caso, desde el principio, pero con el nuevo y contundente testimonio del doctor Frade, admitido ya por el Tribunal Supremo.

Bertelli califica de «extraordinaria» la sentencia «y demuestra que la justicia hay que pelearla, como ha hecho Juana».

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