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Nick Hornby: «Internet es muy malo para la humildad de los artistas»

El autor de «Alta fidelidad» le da una nueva vuelta de tuerca a dos de sus pasiones, la música popular y la soledad de las personas, en su última novela, «Juliet, desnuda»

yolanda cardo

DAVID MORÁN

Un posible titular sería el de que, quince años después de “Alta fidelidad”, Nick Hornby (Maidenhead, 1957) vuelve a anundar música y relaciones humanas, pero decir algo así de buenas a primeras sería faltar ligeramente a la verdad. Y no solo porque el escritor británico haya mantenido durante todo este tiempo una más que saludable relación con las canciones –ahí está esa suerte de autobiografía musical titulada “31 canciones”, sus colaboraciones con la banda Marah o el disco a medias que acaba de firmar junto a Ben Folds-, sino también porque “Juliet, desnuda” (Anagrama; Empúries en catalán), su última novela, poco o nada tiene que ver con el obsesivo ansia coleccionista de Rob Fleming y sus cómplices discómanos.

«Quería escribir sobre alguien mitificado por los fans pero con una historia mucho más banal»

Aún así, con "Juliet, desnuda" vuelve la música y vuelve la obsesión, sí, pero matizada y focalizada aquí en un único nombre, el de Tucker Crowe, músico de culto que desapareció del mapa tras publicar una obra maestra en 1986 y al que Duncan y Annie, la inestable pareja protagonista, entrega sus oídos y buena parte de su vida. Ingredientes más que suficientes para armar un relato en el que la crisis de los cuarenta se enreda con la soledad, los discos acústicos, la inercia de las relaciones y ese limbo mitómano en que se ha convertido Internet.

Explica Hornby que, antes de empezar a escribir “Juliet, desnuda”, sufrió un colapso que le hizo aparcar la idea de volver a dar voz a un personaje joven, como en la anterior “Todo por una chica”, y le llevó a recordar una entrevista con Sly Stone, músico de soul que desapareció de la faz de la tierra. “Yo quería escribir sobre alguien a quien los fans hubiesen mitificado pero que su historia fuese mucho más banal, asi que pensé en Sallinger tanto o más que en cualquier músico”, explica Hornby a modo de presentación de un Tucker Crowe que, retirado de la vida artística, pervive en foros de Internet gracias a la insistencia de fans obsesivos como Duncan. “Nadie acusa a un académico por dejar su vida en un segundo plano y leer únicamente libros y cartas de Jane Austen”, apunta Hornby en un intento por defender a un personaje con las pupilas quemadas de tanto reseguir la historia de su héroe musical en el ciberespacio. “Internet lo ha cambiado todo. Si cuando escribí “Alta fidelidad” alguien me hubiese dicho que un buen día podría enviar una canción por correo electrónico, no hubiese entendido nada. Ahora, en cambio, Internet, con la cantidad de información que se puede encontrar sobre uno mismo, se ha convertido en algo muy malo para la humildad de los artistas”.

Entre Dylan y Springsteen

Para Hornby, sufrido seguidor del Arsenal –de ahí salió “Fiebre en las gradas”- e ilustre melómano, existen dos tipos de artistas: los claros y directos como Springsteen y los oblicuos como Dylan. “Los dos tienen el mismo número de seguidores, pero los fans de Dylan son diferentes porque no pueden entender lo que dice. Estos son los que acaban revolviendo en su basura”, señala.

Crowe, claro, pertenecería a la facción Dylan. De ahí que sus fans, con Duncan a la cabeza, lo hayan acabado convirtiendo en un objeto oscuro de deseso. De hecho, nada más arrancar la novela encontramos a Annie y Duncan en los urinarios de un local de mala muerte de San Francisco, el último lugar que visitó Crowe antes de desaparecer. “Yo nunca he llegado a esos extremos –confiesa Hornby-. El fútbol ya me hace bastante desgraciado, así que la música la guardo para el placer. Tampoco creo que yo tenga este tipo de fans obsesivos, pero seguro que Thomas Pynchon sí que los tiene”.

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