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¿Prudencia o incompetencia?

Los más beneficiados de la prudencia que ahora predican Zapatero y compañía son ellos mismos

Día 14/11/2010 - 04.41h
La última consigna del Gobierno Zapatero es «prudencia». Nos la pide en el Sahara. En el País Vasco. Con Chávez. Con el Vaticano. Prácticamente, en todos los grandes temas nacionales e internacionales. Lo que choca, pues este Gobierno ha sido de una imprudencia que sin temor a exageraciones puede calificarse de temeraria, tirándose una y otra vez a la piscina sin la elemental precaución de haber comprobado sin había agua en ella. Lo hizo embarcándose en una negociación con ETA que acabó en dos muertos; prometiendo a los catalanes el estatuto que les diera la gana; negando la existencia de la crisis económica, tomando luego las falsas medidas contra ella y anunciando de manera periódica el fin de la misma; jurándonos que no habría recortes en las prestaciones sociales; asegurándonos que no haría mayores cambios en su Gabinete. Y, de repente, este hombre que ha hecho de la osadía su programa de gobierno, se convierte en el abogado de la prudencia, que igual le sirve para un roto que para un descosido.
Sin duda la prudencia es recomendable —por algo figura entre las virtudes cardinales—, pero no menos es cierto que un exceso de la misma suele ser perjudicial, aparte de poder enmascarar graves deficiencias. Y tratando con un político que ha hecho de la engañifa la base de su gobernanza, conviene andarse con cuidado, no vaya a darnos de nuevo gato por liebre, o ni siquiera gato. Ya decía André Gide que cuando no se tiene nada que ocultar, no hay necesidad de ser prudente, y esta súbita fiebre de prudencia por parte de quien hasta ahora no ha hecho otra cosa que meterse en camisas de once varas da la impresión de que su verdadero objetivo es ocultar sus fracasos en las muchas aventuras que se ha metido, que ahora le pasan factura.
Abundando en la misma reflexión de Gide, Robert L. Stevenson advertía que la prudencia crece en el cerebro como un hongo, siendo la generosidad su primera víctima. Algo que comprobamos en la vida diaria, donde la falta de valentía civil se disfraza a menudo de prudencia, y que puede ser lo ocurrido al inquilino de La Moncloa que ha cambiado sus altruistas planes de antaño por el único objetivo de defenderse a toda costa, incluidos los principios de que alardeaba.
El siempre agudo Voltaire ponía la guinda a estas advertencias al señalar que mientras el prudente busca beneficiarse a si mismo, el virtuoso busca el beneficio de los demás. No hay que ser un desconfiado obsesivo para darse cuenta de que los más beneficiados de la prudencia que ahora predican Zapatero y compañía son ellos mismos, presos en la red de improvisaciones, temeridades, atrevimientos y disparates que han sido su marca de gobierno.
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