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Los últimos de un Sahara «casi» español

Treinta y cinco años después de la Marcha Verde, oficiales españoles destacados en el Sahara evocan un esfuerzo histórico poco reconocido

IGNACIO GIL

BLANCA TORQUEMADA

Los saharauis, mantiene César Goas, nunca se sintieron españoles: «Esa es la verdad. Como tampoco en España se llegó a ver al Sahara como una provincia más». Sus compañeros no plantean objeciones. Los veteranos de las Tropas Nómadas velan sus recuerdos en un local de la calle San Nicolás de Madrid. Se acaban de trasladar a ese céntrico inmueble, mudanza evidenciada por el vacío desangelado de algunas salas y las cajas aún apiladas. Desperdigados, estandartes y maniquíes ataviados con uniformes de un espacio y un tiempo que no volverán pero dejaron huella indeleble en estos hombres, entonces jóvenes oficiales capaces de desafiar a un desierto infinito, en noches cuajadas de estrellas y días abrasadores. «Lo aguantabas porque estabas soltero y tenías veintipocos años y un buen estómago». La epopeya salpica las paredes: viejas fotos (algunas desvaídas) de aquellos aventureros tocados con el «zam» (turbante), figuras troqueladas sobre las dunas, a lomos de camellos y con el mosquetón al hombro. Las imágenes aún hierven en luz cegadora e invitan a evocar la etapa en la que el Sahara fue provincia española (1958-1975), durante una colonización a medio gas que pronto se envenenó con la munición de su antónimo («descolonización») por mandato de Naciones Unidas.

La relativa «pax» de los sesenta

El teniente general Antonio Ramos-Yzquierdo fue teniente en la Agrupación de Tropas Nómadas del Sahara entre 1960 y 1963. Una época sin especiales sobresaltos, diez años antes de que surgiera el Polisario. Sin embargo, ya entonces los militares españoles comprobaron que esa vasta e inhóspita región no era dócil ni homogénea: «En el sur los habitantes se sentían más afines a España, pero el norte era más complicado por orografía, por las fronteras con Marruecos y por las propias tribus de la zona». Así lo certifica también Jesús Tejero Molina, que recuerda «el talante orgulloso de la tribu de los Erguibat. Ya tenían ínfulas de independencia». Una realidad latente que no eclosionó entonces por la incorporación masiva de soldados saharauis al Ejército español: «Para ellos suponía un prestigio y un honor ser un ‘hombre de fusil’». «Mi teoría -dice Jesús Valencia, teniente en el Sahara de 1960 a 1966- es que la Agrupación de Tropas Nómadas se creó para dar de comer a los saharauis, al convertir a los hombres en soldados. Era la forma de crear un vínculo sólido con España». De hecho, dice, «estábamos en sus manos, porque cuando salías a patrullar con los camellos tú eras uno, y ellos veintitantos». La relación con la población civil también se hizo muy intensa, evoca, «pues en los puestos estábamos unos pocos militares europeos con un montón de soldados indígenas con sus familias muy cerca, en las jaimas. Nuestros médicos hacían una labor encomiable. Además, de algún modo los sedentarizábamos al repartir ayuda: aceite, azúcar, té, harina y sacos de cebada. Al principio, lo hacíamos directamente, pero luego los «cheij» (jefes de tribu) protestaron porque se querían ocupar ellos. En unos casos se delegó esa función, en otras no, porque con esa cesión el Ejército perdía influencia sobre los saharauis».

En todo caso, hubo durante años una razonable convivencia, solo quebrada a partir de los sucesos de Jatarrambla, según explica César Goas, en el Sahara desde 1966 «hasta el final» primero como teniente y después como capitán. Jatarrambla es un barrio de El Aaiun donde en 1970 se convocó una manifestación «que, en principio, pensábamos que iba a ser proespañola, pero se revolvió contra nosotros. Nos pilló totalmente desprevenidos». Acudieron al lugar agentes de policía y los revoltosos los apedrearon. Así que tuvo que intervenir el Ejército: «En concreto una compañía de la Legión que se formó como se pudo, por la mala fortuna de que era domingo». En los enfrentamientos hubo muertos y heridos, y a partir de ahí fraguó la mutua desconfianza entre españoles y saharauis». Y no mucho tiempo después, en 1974, nació el Frente Polisario. Ramos- Yzquierdo enmarca la situación en su momento histórico: «Estábamos en la guerra fría y en el auge del comunismo, con los movimientos revolucionarios en boga.Estados Unidos no podía permitir que el eje Argelia-Unión Soviética consiguiera una salida al Atlántico por África, algo perfectamente posible con una eventual adhesión del Polisario al bloque comunista. Ante ese riesgo, los norteamericanos consideraron a Marruecos un aliado más fiable que España. Así se desencadenó la Marcha Verde». Apunta también que en la pasividad del Gobierno español influyó «el poder del ‘lobby’ promarroquí encabezado por el ministro Solís, que era quien gestionaba los negocios del Rey de Marruecos en España».

En esa confluencia de circunstancias adversas, los militares destacados en el Sahara se sintieron en la más completa orfandad: «Los servicios de información españoles en Marruecos no podían ignorar que se estaba cociendo lo de los 350.000 voluntarios. Eso no se improvisa de un día para otro, y nadie alertó». Es más, por orden de Madrid los mandos españoles (el propio Goas entre ellos) habían difundido por esas fechas entre los saharauis un documento en el que se detallaba un proceso de descolonización apoyado por el propio Franco: «Recogía una especie de autonomía -explica- con vistas a un referéndum y a la independencia. España solo se quedaba con la representación exterior y la defensa de las fronteras. Seguramente el Polisario habría aceptado la propuesta si hubiera sabido que el Sahara iba a caer en manos de Marruecos».

Estados Unidos, la clave

Treinta y cinco años después de la Marcha Verde, «auspiciada directamente por Estados Unidos y Francia y financiada por Arabia Saudí», los veteranos de Tropas Nómadas lamentan que, unos por acción y otros por omisión, abocaran al Sahara a un callejón aún sin salida. «Creo -reflexiona Goas- que si cuando llegaron los representantes de la ONU tras la Marcha Verde se hubieran encontrado izada la bandera de Estados Unidos además de la polisaria, hoy el Sahara sería libre. El Frente Polisario no tuvo la inteligencia de granjearse la confianza de los norteamericanos, cuando eso era lo determinante».

El teniente general Ramos-Yzquierdo estima que en la convulsa situación actual «quizá Obama logre el desbloqueo, pues es el único gran éxito internacional que tiene a su alcance. Sólo ha de lograr que Rabat convoque el referéndum de autodeterminación. Pero no veo tan claro un resultado favorable a Marruecos, pese a los colonos enviados a la zona en los últimos años. Porque esa gente puede querer también la independencia para hacerse con las riendas de un país viable, rico gracias a los fosfatos de Bu Craa y a la pesca». En Bu Craa, precisamente, desembocó el repliegue definitivo de la compañía que capitaneaba César Goas. Allí el oficial se fundió en el último abrazo «con aquellos soldados saharauis al servicio de España que ya se habían convertido en amigos entrañables». Ese capítulo final le dejó, dice, «resentimiento contra nuestro Gobierno por no haber hecho frente a Marruecos», como sello de ingratitud tras años de odisea en el desierto que no fueron un espejismo.

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