La sombra de una guerra comercial amenaza la cumbre del G-20
Maratoniana jornada de trabajo de los líderes mundiales para alcanzar algún acuerdo sobre la “guerra de las divisas” y los desequilibrios comerciales
PABLO M. DÍEZ
A los mandatarios del G-20, que aglutina a los países más industrializados y a las potencias emergentes y suma el 85% de la economía mundial, les toca hoy ganarse el jornal como si fueran sufridos currantes de a pie. Desde las nueve de la ... mañana (una de la madrugada, hora española), Obama, Hu Jintao, Merkel, Cameron, Lula y compañía permanecen reunidos a puerta cerrada en el centro de exposiciones y congresos de Seúl (COEX).
A los líderes más importantes del mundo les espera una maratoniana jornada de trabajo para salvar “in extremis” la cumbre y redactar un declaración conjunta sobre los principales problemas que amenazan la salida de la crisis. Entre ellos figuran la “guerra de las divisas” y los desequilibrios comerciales, que han provocado un fuego cruzado de reproches entre Estados Unidos, China y Alemania.
Para empezar, Washington acusa al régimen de Pekín de mantener su moneda, el yuan, devaluada artificialmente con el fin de favorecer sus exportaciones e inundar los mercados con los baratísimos productos “made in China”. Pero el presidente Obama ha sido duramente criticado por la reciente estratagema de la Reserva Federal de inyectar 600.000 millones de dólares (425.000 millones de euros) en la alicaída economía americana mediante la compra de bonos de deuda pública. Una jugada que bajará aún más el depreciado dólar, que está marcando mínimos históricos, y elevará la presión de los inversores internacionales sobre otras monedas de países emergentes, como Brasil y Tailandia, que ya han puesto límites a las inversiones foráneas para controlar sus burbujas inmobiliarias y sus recalentadas economías.
China, donde la inflación ha alcanzado el nivel más alto de los dos últimos años, se niega a revaluar bruscamente el “renminbi” para que la “fábrica global” siga siendo competitiva. Con sueldos medios mensuales de 100 euros para los albañiles trabajadores de las cadenas de montaje, y de entre 300 y 500 para los oficinistas de las grandes ciudades, lo último que quiere el Gobierno es encarecer aún más la vida en China, donde la burbuja inmobiliaria ha puesto la vivienda por las nubes.
Junto a la canciller alemana, Angela Merkel, el presidente chino, Hu Jintao, rechaza la propuesta de EE.UU. de limitar los superávits y déficits comerciales a un 4% del Producto Interior Bruto (PIB) de cada país.
En medio de este fuego cruzado de reproches mutuos, la sombra del proteccionismo amenaza con desatar una guerra comercial en todo el mundo. Como ocurrió en los años 30 tras la “Gran Depresión”, los analistas temen que todos los países pongan barreras al libre comercio, lo que lastraría la recuperación económica para salir de la crisis.
En los últimos meses, Japón ya ha intervenido el yen para evitar que siga marcando máximos históricos frente al dólar. A las tasas de Brasil y Tailandia a la inversión extranjera se suman los límites al dinero foráneo anunciados esta semana por China y Taiwán.
En resumen, la cumbre de Seúl ha puesto de manifiesto lo que ya reveló la crisis: la insostenibilidad de un modelo económico basado en EE.UU., que se dirige este año hacia un déficit comercial de 268.000 millones de dólares (196.739 millones de euros). Mientras los americanos sigan consumiendo con la misma voracidad y el resto del mundo no compre sus productos porque los chinos, alemanes o japoneses son más baratos, no se solucionará el problema y seguirán las tensiones.
“EE.UU. no puede seguir viviendo de los préstamos y enviando su dinero fuera. Necesita que otros países compren más productos americanos y de otros países para que así nosotros podamos permitirnos también adquirir bienes extranjeros”, explicó Obama a sus colegas del G-20. Para el inquilino de la Casa Blanca, “la mayor contribución de EE.UU. a la economía mundial es crecer para seguir siendo el mayor mercado del planeta y un motor para otros países”.
En varias sesiones sobre comercio, desarrollo, reforma del sistema financiero, anticorrupción y cambio climático, los mandatarios del G-20 ultiman una declaración conjunta que anunciarán a las cuatro de la tarde (ocho de la mañana, hora española), pero en la que no se esperan grandes progresos ni objetivos concretos para atajar los problemas que atenazan a la economía global.
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