FARIÓN DE AFUERA
Más iguales
La Academia anunció nuevas reglas de ortografía que nos harán a todos un poco más bestias con nuestro idioma
JOSÉ MIGUEL GALARZA
Hay semanas en las que siento la necesidad de arrumbarme hacia el Farión de afuera, virar a babor a poco de superarlo, bajar el Río y poner pie para aislarme en la quietud de mi isla menor. Un día de la semana pasada amanecimos conociendo ... la intención del partido en el Ministerio para modificar el sistema mediante el que nos damos los apellidos. De prosperar la reforma del Registro Civil y en caso de discrepancia conyugal, los nuevos españoles llevarán como primer apellido el que por orden alfabético prevalezca de entre los de su padre y su madre (o cónyuge 1 y cónyuge 2). Pretende el legislador acabar con el uso y costumbre patriarcal que ha primado durante siglos en España, donde las personas se han venido apellidando según el patronímico heredado.
Tal herencia proviene de los tiempos de los visigodos y mucho más atrás aún de la civilización griega. Obviamente, en tiempos tan lejanos poco importaba a estos efectos quién era la madre y mucho, todo, quién el padre. Así nos hemos manejado durante miles de años en casi todo el mundo, pero sabida la obsesión del posmodernismo socialista por igualar por la vía del artículo 14, hasta aquí hemos llegado. Ya no es que un matrimonio pudiera invertir el orden de apellidos de su descendencia. Eso se puede hacer desde 1999 (con un Ministerio de la derecha). Lo realmente novedoso y original es la salomónica vía por la que opta el legislador en caso de conflicto: ¡Decídase por orden alfabético!, algo tan igualitario como resolver el empate para una plaza de funcionario o el puesto en una lista de espera sanitaria por la misma vía. Otorgar al orden alfabético prevalencia alguna es tanto como decidir quién elige un apellido en función de su número de DNI o de su fecha de nacimiento. Cualquier cosa menos igualdad de trato, que es lo que dice pretender el Ministerio.
Otrosí, la Real Academia Española anunció también la pasada, y maldita, semana nuevas reglas de ortografía que nos harán a todos un poco más bestias con nuestro idioma. Como quiera que corremos el riesgo cierto de que las tildes desaparezcan de nuestra escritura (por más que el «infalible» corrector del Word se empeñe en lo contrario), llega la RAE con sus rebajas de otoño. Científicamente explicados, impecables en su justificación teórica, los cambios tienen toda la pinta de simplificar la grafía de nuestra lengua para potenciar también el analfabetismo ortográfico, como antes fue el gramatical. Si de paso olvidamos la vergonzosa suma de civilizaciones bárbaras y pensamientos totalitarios que nos han moldeado, mejor que mejor. Al fin y al cabo, qué necesidad teníamos de que la «i griega» pudiera provocarnos en algún momento la reflexión sobre su origen cuando es infinitamente más sencillo, cómodo —igualitario y chachi al cabo— llamarla «ye».
El virus de la corrección y del aprendizaje cómodo se propaga más de lo que uno cree. El mundo evolucionó a partir de hacerse preguntas para las que buscaba respuestas, pero lo que hoy se nos ofrece es «gestionar destrezas», ejemplarizadas en el recurso a la Wikipedia para saber sobre la marcha si «sólo» lleva o no tilde. Una regla menos que aprender, un obstáculo menos en el recorrido. Los que pensamos de otra forma incurriremos desde ahora en falta por seguir escribiendo «guión» y no «guion», como aprendimos. Lo dicho, a babor del Farión de afuera existe otra vida sin orden alfabético ni acentos mal puestos.
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