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El Papa critica el «laicismo agresivo» que sufre España

Lamenta que se haya avivado el poderoso brote de «secularismo y anticlericalismo de los años 30 del siglo pasado», así como «la disputa entre fe y modernidad»

AFP

JUAN VICENTE BOO

Durante su vuelo hacia Santiago de Compostela Benedicto XVI manifestó a los periodistas su amor por nuestro país pero al mismo tiempo su preocupación por la reapertura del enfrentamiento entre fe y laicidad, que es necesario reconducir a un encuentro entre ambas. El Papa reveló que cuando decidió crear el Consejo Pontificio para la Nueva Evangelización, «yo pensaba en todos los grandes países de Occidente pero sobre todo en España», donde también se ha vuelto necesario responder a los desafíos del laicismo y explicar la fe con un lenguaje contemporáneo.

Su tono no era agresivo sino conciliador, como se habla o aconseja a una persona que se quiere. Por eso le preocupa que el país que tanto contribuyó a la renovación del catolicismo con figuras como Ignacio de Loyola, Teresa de Ávila o Juan de la Cruz fuese también escenario de un poderoso brote de «laicismo, secularismo y anticlericalismo, sobre todo en los años 30 del siglo pasado». Y, sobre todo, que esa disputa antigua «entre fe y modernidad ocurre también hoy de manera muy vivaz». Por eso advirtió que «para el futuro es necesario que no haya un enfrentamiento sino un encuentro entre fe y laicidad».

Tema fundamental

Comentando el gran valor simbólico del templo de la Sagrada Familia, el Santo Padre invitó a redescubrir «el valor de la familia como célula fundamental de la sociedad, que es el gran tema de hoy». E insistió en que «es el tema fundamental, pues Dios mismo se hizo hijo en una familia» y nos enseña a ser familia. Un mensaje útil en todos los lugares pero de modo especial en España.

Benedicto XVI volaba rumbo a un país predilecto de hecho, pues a esta segunda visita después del viaje a Valencia en el 2006 seguirá una nueva cita en Madrid el próximo mes de agosto para la Jornada Mundial de la Juventud, que convertirá a España en el país más visitado por el Papa alemán. A preguntas de los periodistas, el Santo Padre reconoció que esta primacía es, efectivamente, «un signo de amor» por nuestro país.

El profesor que ha dedicado buena parte de su vida a restablecer la armonía entre fe y razón, explicó ayer que «hay también una armonía entre fe y arte», como enseña la vida de Antoni Gaudí y su gran templo de la Sagrada Familia, al que llamó repetidamente «una catedral» por sus dimensiones y por su continuidad arquitectónica con las grandes catedrales europeas del segundo milenio.

El Papa peregrino cumplió ayer su sueño de llegar hasta Compostela, desde cuya Plaza del Obradoiro dirigió un poderoso llamamiento a todo el Viejo Continente. Poco antes, en la catedral, felicitaba a los católicos españoles por «la generosidad con que sostienen tantas instituciones de caridad y de promoción humana». El Santo Padre estaba feliz y emocionado por el afecto popular a lo largo de una jornada que fue un «crescendo» de entusiasmo.

El saludo alegre de un grupo de jóvenes y la amabilidad de los Príncipes de Asturias dieron calor humano a la ceremonia de llegada en medio de las nieblas matinales que dominaban el aeropuerto. El Papa respondió a las palabras de bienvenida del Príncipe Felipe con un discurso en el que se declaraba peregrino «siguiendo la hilera de hombres y mujeres que, a lo largo de los siglos han llegado a Compostela» creando «una vía de cultura, de oración, de misericordia» de modo que «España y Europa fueron desarrollando una fisonomía espiritual marcada de modo indeleble por el Evangelio».

El Papa expresó su preocupación por un país que «tanto contribuyó a la renovación del catolicismo»

Desde el aeropuerto de Lavacolla, el Papa se dirigía a toda Europa para pedirle que, además de las necesidades materiales, cuide también «las morales y sociales, las espirituales y religiosas, porque todas ellas son exigencias morales del único hombre y solo así se trabaja eficaz, integra y fecundamente por su bien».

La esclavina

El Santo Padre recorrió en el «papamóvil» los diez kilómetros de distancia hasta la catedral, saludando por el camino a millares de fieles que le vitoreaban y le aplaudían. Cuando por fin llegó al centro histórico estaba muy emocionado, y se conmovió aun más al ponerse la esclavina de peregrino, entrar en la catedral y encontrarse con un afecto desbordante.

Benedicto XVI salió del templo por la Puerta Real para volver a entrar, como verdadero peregrino, por la Puerta Santa, y dirigirse en primer lugar a la cripta para rezar en silencio ante la urna de las reliquias. Después subió para dar el tradicional abrazo al Apóstol, un gesto que comentó extensamente en sus palabras a los fieles: «Al abrazar su venerada imagen, he pedido por todos los hijos de la Iglesia» pues «la Iglesia es ese abrazo de Dios en el que los hombres aprenden también a abrazar a sus hermanos, descubriendo en ellos la imagen y semejanza divina, que constituye la verdad más profunda de su ser, y que es origen de la genuina libertad». «Dejadme —dijo— que desde Compostela, corazón espiritual de Galicia y escuela de universalidad sin confines, exhorte a todos a vivir iluminados por la verdad de Cristo, confesando la fe con alegría, coherencia y sencillez en casa, en el trabajo y en el compromiso como ciudadanos».

Benedicto XVI cumplió también el pequeño sueño de ver el «botafumeiro», el incensario volante que recorría las naves del crucero mientras los fieles cantaban a todo pulmón el himno del Apóstol Santiago. Al final, el Papa saludó personalmente a los «tiraboleiros» que lo habían hecho funcionar antes de dirigirse al vecino palacio del arzobispo Gelmírez para un almuerzo con los cardenales y los principales responsables de la Conferencia Episcopal.

En una nueva sorpresa, el Papa descubrió que para entrar en el palacio arzobispal, debería caminar sobre una alfombra de flores, el tradicional homenaje al Santísimo Sacramento en la fiesta del Corpus Christi y a los Papas. Era evidente que le daba pena pisar el hermoso mosaico que representaba su visita. Por eso caminaba de puntillas para no estropear un trabajo artesanal que era una muestra de amor.

En la misa de la tarde en la Plaza del Obradoiro, el Santo Padre agradeció «la amable presencia de sus Altezas Reales los Príncipes de Asturias» y dirigió su homilía a los peregrinos pero también «a los jefes de los pueblos», que deben evitar la «prepotencia y explotación». Y habló de modo especial a los jóvenes que tanto le habían vitoreado.

Pero su mensaje principal fue dirigido a Europa, que debe «abrirse a Dios, salir a su encuentro sin miedo», teniendo presente que la Cruz es un signo de amor, de perdón y de reconciliación que «nos enseña a vencer el mal con el bien». Su conclusión fue rotunda: «Es necesario que Dios vuelva a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa».

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