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Liniers «Mi humor esquizofrénico, o no gusta o engancha del todo»

Historietista en «La Nación» desde 2002, ha revolucionado el mundo de la viñeta diaria por su humor original, con múltiples registros y personajes

Día 27/10/2010
ERNESTO AGUDO
Liniers
Ese gorrito de lana, ¿lo lleva para que no se le salgan las orejas? Como en sus viñetas, algo surrealistas, se dibuja a sí mismo como un conejo...
-Ja ja ja... Más bien es por el frío de acá. Pero lo último mío no es eso, sino un formato consistente en hacer entrevistas y luego convertirlas en historieta.
-Caramba, la competencia. ¿Ya han visto la luz?
-Las estoy publicando en «La Nación». Le hice una a Ricardo Darín, por ejemplo, otra a Calamaro... Es un lío, la verdad. Una hora y media de entrevista la tengo que reducir a cinco minutos de lectura, que es el tiempo en el que se lee el cómic. ¡Y con el reto de poner en contexto las palabras!
-Por ejemplo...
-Cuando Darín me contaba que él en el teatro se sentía como salsa calentándose, le dibujé dentro de una cacerola.
-¿Es ello un género nuevo?
-¡Seguro que alguien lo hace, pero yo aún no lo vi!
-También ha roto esquemas con la «performance» de pintar un mural durante un concierto.
-Fue con Kevin Johansen, que hizo un disco y DVD en vivo, y, mientras ellos cantan, yo hago una pintura detrás. Consiste en que un tipo que dibuja historietas se pone a pintar como un loco a la vez que otros tocan. ¡Soy una especie de impresora vieja!
-¿Ese formato le desbordó, habituado al cómic?
-Tuve que obligarme a cambiar de registro. Por las dimensiones y porque ahí no tengo tiempo para pensar, y mucho menos para razonar.
-Es que el tamaño importa. En una de sus historietas plantea cómo lo que hizo Liechtenstein es tenido por arte por la única razón de ser grande.
-Claramente, Liechtenstein se dio cuenta de que iba a ganar más plata al pintar así que con una historieta. Pero aun así también me gusta lo pequeño.
-Triunfa en prensa, pero los lectores necesitaron un periodo de adaptación a su forma de trabajar.
-¡Y a veces no se habitúan nunca! La historieta mía es muy esquizofrénica. No solamente tiene muchos personajes, también diferentes registros de humor. A veces es negro, absurdo, tierno, de observación... Por eso es más difícil. Pero una vez que alguien se engancha, queda muy enganchado.
-Maitena fue su valedora.
-Me abrió las puertas de «La Nación». Me paseó por todo el diario, y nadie le hacía caso hasta que empezó a decir: «Este chico es un genio, se va a ir a “Clarín”». Las dos cosas eran mentira, claro. Yo en aquel momento no tenía la menor idea de cómo dibujar una tira diaria...
-¿Es la esclavitud del viñetista como la del columnista atado a su columna?
-Tener que entregar un trabajo todos los días pesa, pero también te vale con una buena idea diaria.
-La historieta de su país tiene pegada en estas latitudes. ¿Quizá porque no propende a la sátira política y es menos coyuntural?
-¡También la hacemos, pero esa parte a ustedes no les llega, porque, lógicamente, no les interesa nada! Pero es verdad que mis chistes políticos suelen ser más abstractos, porque creo que en ese tipo de humor siempre hay un extra de lo mucho que uno odia. Te «reís» del chiste, pero además te «reís» un poco más porque te cae mal el personaje.
-¿A qué cree que se debe la gozosa simbiosis cultural entre España y Argentina?
-De allá para acá los que llegamos más tarde vinimos precedidos por gigantes, nos prepararon el terreno. Cuando vengo con mi trabajo, ustedes no se dicen «otro argentino que viene con sus historietas», sino «de allá vinieron Quino, Maitena, los Luthiers, Darín, Calamaro...». Y yo aprovecho que me abrieron la puerta para decir: «¡Déjenme entrar!». Incluso, gracias a Darín se acostumbraron a nuestra forma de hablar y les gusta este acento.
-Y es inimaginable una película argentina sin él.
-No hay problema. ¡Está en todas!

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