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Una época efervescente

Una muestra con 60 dibujos de Warhol sobre la danza abre mañana un nuevo espacio en Madrid

JULIO BRAVO

Space II, espacio contiguo a Ivorypress Art + Books, que inaugura mañana Elena Ochoa en Madrid, está dedicado a mostrar obra en papel, fotografía y ediciones especiales. La muestra inaugural, «Warhol & Dance, New York in the 50’s», refleja el interés de Warhol por el dibujo, una faceta poco conocida del artista. Está compuesta por sesenta dibujos realizados en Nueva York en los años 50, procedentes de The Andy Warhol Foundation for the Visual Arts.

Eran los primeros años cincuenta, y en la redacción de la revista Dance Magazine (una de las publicaciones más prestigiosas del mundo de la danza), en Nueva York, se presentó un joven artista procedente de Pittsburgh. Llevaba en la carpeta unos cuantos dibujos sobre danza que convencieron a los responsables de la publicación. El joven, Andy Warhol, quedó contratado. «Era muy poca cosa —recordaba Doris Hering en la propia Dance Magazine —... Tan pálido y con aquel alocado pelo rubio platino».

Durante la década de los cincuenta, la danza fue uno de los motivos recurrentes del trabajo de Warhol. No resulta extraño. El baile vivía entonces en Nueva York una extraordinaria efervescencia creativa e interpretativa. Por un lado, bullía la Modern Dance, y a los nombres clásicos como Doris Humphrey, Ted Shawn y, por encima de todos, Martha Graham, se sumaban jóvenes talentos que desarrollaron, cada uno a través de caminos diferentes, una nueva manera de entender la danza, más terrenal y más libre. Eran Hanya Holm, que firmó la primera coreografía con copyright en Estados Unidos; José Limón, uno de los más influyentes creadores de la danza contemporánea; Anna Sokolov, Merce Cunningham, el más singular e innovador; Eric Kawkins, Paul Taylor, Alwin Nikolais...

Pero también el ballet clásico vivía momentos de extraordinaria riqueza creativa, gracias fundamentalmente a dos nombres: George Balanchine y Jerome Robbins. El primero, sin duda uno de los más grandes renovadores del ballet en el siglo XX, creó en 1948 el New York City Ballet, una compañía que fue el vehículo perfecto para su extraordinario talento coreográfico. Sus trabajos son todavía hoy ejemplo de claridad y luminosidad. El germen de lo que hoy es el American Ballet Theatre ya estaba en esos tempranos cincuenta empezando a brotar, gracias al trabajo de excelentes bailarines y de coreógrafos como Agnes de Mille o Antony Tudor. Y otro nombre propio contribuiría a darle un sello particular a la danza en Estados Unidos: Jerome Robbins, que firmó coreografías para las dos grandes compañías neoyorquinas.

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