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Extraños

El senador del PNV Anasagasti exige una república confederal para no sentirse extraño en Madrid

Día 24/10/2010
EL senador Anasagasti ha escrito un libro sobre lo mal que lo pasan los vascos en Madrid porque se sienten extraños. Para que lo pasen mejor, propone sustituir la monarquía por una república confederal. Francamente, no sé si eso arreglaría el gran problema de España, o sea, la incomodidad madrileña de Anasagasti. A mí me parece que el senador exagera un poco, porque Madrid está a tope de vascos. Ya no cabe uno más, y para descongestionarlo me vine a vivir a Alcobendas, desde donde se ve Bilbao en las claras mañanitas de mayo. En Madrid se sienten extraños con razón los de Guadalajara, porque nadie les reconoce su identidad ancestral, pero los vascos, ya me dirán. Solamente en el último gobierno central hay cuatro ministros/ministras del pintoresco villorrio costero de Anasagasti; el Defensor del Pueblo es del mismo vecindario, e incluso al presidente del Senado, donde trabaja Anasagasti cuando no escribe libros, lo han traído de Vitoria sólo para hacerle feliz (a Anasagasti). La presidenta de la Comunidad pertenece a la inmensa familia del primer lehendakari vasco de todos los tiempos. De cada dos restaurantes de Madrid, cuatro tienen cocinero y sumiller vascos. Es cierto que no se oye mucho eusquera por la calle, pero resulta casi una ventaja para el senador Anasagasti. En un Madrid donde se hablase exclusivamente en vasco, Anasagasti moriría de inanición. Los camareros madrileños son tan detallistas que hasta se avienen a hablar con los senadores vascos en la lengua vernácula de Anasagasti, intercalando expresiones preindoeuropeas alusivas a la dieta necesaria para la supervivencia de los vascos en climas hostiles, como changurro, chipirones, cocochas y merluza cosquera.
Total, que me compré Extraños en Madrid. Una república confederal para una España plural, del senador Anasagasti, más por el morbo de averiguar qué entendía el autor por república confederal que por otro motivo. Veinte de vellón en vano. El libro no da lo que promete en su título y contraportada, pero divierte un rato. Se agradece que Anasagasti no se pierda por los laberintos de la teoría política, y que se centre en lo suyo de toda la vida, la chismografía cariñosa. Enternece, en efecto, la cantidad de espacio y tinta que dedica a un puñado de sesentones vascos de su generación (su antiguo compañero de pupitre Fernando Savater, Jaime Mayor Oreja, Ignacio Astarloa, Patxo Unzueta o yo mismo), rescatándonos así del olvido. Los amores tenaces deben recurrir muchas veces a la ficción de una fobia inextinguible, porque la delicuescencia perpetua aburre. De Savater, dice Anasagasti que era un poco repipi; de Astarloa, que se parece al yeti, y de mí, que gasto sin tasa. Pellizcos de monja. En el fondo, se nota que nos quiere. Vamos todos de retirada y sería absurdo pretender que los de la LOGSE comprendan nuestras antiguas broncas. Les suenan a vascuence del neolítico, como lo de la república confederal. ¿Extraños en Madrid? Extraños en todas partes, senador Anasagasti, hasta en el batzokide Abando, donde Su Señoría funge de abuelo Cebolleta. Terminaremos montando cenas en comandita, aunque sólo sea por masoquismo senil o senatorial, que viene a ser lo mismo, ya lo verá.
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