Columnas

Columnas / UNA RAYA EN EL AGUA

Atornillar el cambio

Frente a un relevo de candidato socialista, Rajoy podría perder gran parte de su ventaja

Día 11/10/2010
EL hombre más interesado en la continuidad de Zapatero debería ser Mariano Rajoy. La acelerada abrasión de su adversario no sólo le garantiza una victoria electoral tanto más abultada cuanto más tiempo tarde, sino que le está empezando a orlar, por comparación, de virtudes de liderazgo que hasta ahora le negaba la opinión pública. Sin que el candidato popular haya mostrado ninguna transformación sensible en su estilo cansino y cachazudo de manejar la política, el empate en baja valoración que venían registrando las encuestas se ha deshecho por simple comparación con un presidente en estado de desguace. Rajoy no sólo cuenta ya con mucha más aceptación de sus votantes que Zapatero entre los suyos, sino que aumenta de forma significativa el número de electores socialistas que lo perciben como un dirigente fiable y sensato. Y ha aparecido en los muestreos un dato demoledor para las expectativas del PSOE: fruto del contradictorio caos político zapaterista, una amplia mayoría considera al PP un partido mejor preparado para afrontar la crisis. Eso equivale a situarlo en la antesala del poder.
El aspirante goza de una consideración bastante general de político serio, solvente, bien preparado para gobernar, pero su punto flaco continúa siendo su debilidad como candidato, su gelidez hierática, su escaso tirón popular, su nulo sex appealmediático. Aunque el desplome de Zapatero ante sus propias filas embellece por relativización esos defectos patentes y está logrando cuajar la idea de la inevitabilidad de la alternancia, Rajoy sigue sometido al riesgo de que un cambio de candidato socialista reactive la movilización de la izquierda y comprometa sus posibilidades de triunfo. Ante un presidente autoliquidado en su insustancialidad no necesita ni un gramo más de pasión, pero frente a un relevo inesperado podría perder gran parte de su ventaja. En ese sentido le favorece cualquier lapso de tiempo que Zapatero tarde en arrojar la toalla.
Sería, sin embargo, un grave error desperdiciar el margen que el bloqueo zapaterista está otorgando al jefe de la oposición, pasivamente investido como «presidente a la espera». Si los españoles han decidido confiar en él tiene que comenzar a demostrarles para qué quiere su confianza. Está en condiciones de empezar a arriesgar, de mostrar el contenido de su alternativa, de sacudirse su aparente indolencia y atornillar el vuelco con tuercas de convicción programática. De mostrarse como un hombre dispuesto a asumir el poder no como una responsabilidad inevitable sino como una vocación de servicio. Está en condiciones de transmitir que no desea heredar el Gobierno sino enderezar el país. Pedirle capacidad de seducción sería ir contra su naturaleza, pero los ciudadanos necesitan al menos un poco de coqueteo, una pizca de cortejo. Y el propio Rajoy se expone a encontrarse a última hora frente a un candidato —o candidata— pasional dispuesto a pelear a la desesperada por un objeto de deseo.
Búsquedas relacionadas
  • Compartir
  • mas
  • Imprimir
publicidad

Copyright © ABC Periódico Electrónico S.L.U.