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Columnas / AD LIBITUM

Es urgente el optimismo

Si José Luis Rodríguez Zapatero tuviera un biógrafo como Dios manda, crecería el entusiasmo colectivo

Día 08/10/2010
UN buen biógrafo es fundamental para pasar a la Historia con la grandeza debida. Hernán Cortés, por ejemplo, no quemó sus naves. Las barrenó para que se hundieran como, hace más de un siglo, demostró el ilustre murciano Marcos Jiménez de la Espada. No cabe duda de que el heroísmo del fuego, su plástica, le da al episodio una grandeza que le disminuye el berbiquí. La tecnología y lo heroico no concuerdan nunca y se dan mutuamente de palos. Unas llamas crepitantes en la costa de Campoala le aportan al gesto de Cortés una trascendencia que, sin duda, le resta la realidad mecánica de un taladro.
Nuestros líderes de hoy, quizá por su pequeñez, andan escasos de biógrafos y, lo sospecho, de ahí arranca el pesimismo colectivo que nos embarga y que no contribuye a que podamos sacudirnos las crisis que nos tienen rodeados. Si un presidente de Gobierno que cuenta sus actuaciones por fracasos, como José Luis Rodríguez Zapatero, tuviera un biógrafo como Dios manda, capaz de instalarle sobre un pedestal que posibilitara su credibilidad, crecería el entusiasmo colectivo. Circunstancia imprescindible para que la situación mejore. Yo, podría decirnos Zapatero, si no consigo cumplir las previsiones que contemplan los Presupuestos para 2011 ingresaré en el Cister después de vestirme con un sayal y de llenar mis cabellos, y mis cejas, de ceniza. Eso, bien tratado por un biógrafo de cabecera encendería el ánimo colectivo y rebajaría la tasa de desesperación que nos abruma más todavía que el paro, el déficit, la deuda y la incapacidad que se maneja el líder que iba para planetario y se nos ha quedado en mandamás de cercanías.
Tampoco a Mariano Rajoy le vendría mal un buen biógrafo; pero, para que haya biografía, se necesita un mínimo de acción. Las biografías de las piedras, el quietismo en su enésima potencia, le corresponde a los geólogos y eso no tiene fácil traslación a las urnas y a las circunstancias. Rajoy es en parte, solo en parte, responsable del dinamitador pesimismo en el que, colectivamente, nos hemos instalado. Después de seis años de contrastada incapacidad gubernamental, con un Consejo de Ministros que crea más problemas que los que consigue remediar, el optimismo esperanzado solo puede llegarnos por la brillantez de las propuestas alternativas del monopolista de la oposición. A estas alturas de la desesperación colectiva no basta con la negación y el pataleo. Solo una moción de censura, y perdón por mi insistencia, puede cambiar el ánimo de los españoles. Esa es la luz al final del túnel, pero Rajoy prefiere la caída de Zapatero a su propio ascenso. No ayuda a su biógrafo.
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