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Columnas / HAY MOTIVO

Dos calvos y un peine

El partido socialista aborda ahora las elecciones en posición de perdedor ridículo. Nada hay más letal en la arena política

Día 05/10/2010
LO que ha ocurrido en Madrid es que dos calvos se han peleado por un peine y la trifulca ha puesto en evidencia a unos cuantos pelanas y a un pelón verbenero. Tal cual: ahí queda eso. Cosa distinta es que, para vestir la mona, se quiera transformar un sainete cómico en un cantar de gesta. Que a un jaquetón grosero le pinten como un héroe del noble pueblo trabajador. Que le den tanto hilo a una cometa que se ha movido siempre a ras de suelo. Pretender que el compañero Tomás Gómez haga el papel de Bruto (con perdón) en los idus de mayo del César Zapatero es un empeño estéril. Convertirle en el líder de la revolución pendiente, un crimen de lesa inteligencia.
Si el envalentado campeón del zipizape madrileño ha conseguido hacer de la necesidad virtud es porque a la fuerza ahorcan y porque no le quedaba otro remedio. Si le plantó cara a Blanco fue para no abismarse en un agujero negro. Si no imploró clemencia al ver a Rubalcaba amartillar el dedo fue porque, a fin de cuentas, nadie muere dos veces. Y porque, ya puestos a ejercer de muertos, tanto el omnisciente responsable de Interior, Intrigas y Entretelas como su nesciente Jefe son dos cadáveres políticos que se ha de comer la tierra.
Gómez, en cualquier caso, se ha ganado el derecho a estrellarse en «prime-time», en crudo y en directo. Podrá lucir su estampa de majo de arrabal en la alta madrugada de la teleindigencia. Se jactará de ser un tipo del montón, un «hombre corriente», e intentará ocultar el rictus de la vulgaridad flagrante tras una veladura de presunta llaneza. Echará pestes, claro, de la señora Aguirre escupiendo el desdén por el colmillo izquierdo. Perderá los comicios cuando toque, pero antes, genio y figura, perderá los papeles y extraviará el oremus.
La lección de esta historia estrafalaria puesta en escena por el dizque marxista Zapatero parece resumirse en una versión cazurra de aquel «dictum» que Groucho nos dejó en herencia: «Es preciso alcanzar, partiendo de la nada, la cumbre de la miseria». El PSM partía, hace un par de meses, en posición de perdedor penoso, lo cual podía mover a esa compasión estética que absuelve a los «outsiders» sistemáticamente y les exime de dar explicaciones sobre los disparates que les llevaron a ese extremo.
El partido socialista aborda ahora las elecciones en posición de perdedor ridículo. Nada hay más letal en la arena política, ni aprovecha tan poco a los que en ella medran. Trinidad Jiménez ha interpretado un desairado papelón de sumisa impenitente; ha sido, sin regodeo, por supuesto, la Gracita Morales de la disponibilidad a ciegas: «¡A mandar, señorito!». (Y ni se lo agradecerán, siquiera). Tomás Gómez, por contra, ha exhibido maneras de levantador de pesas y solventado a bajonazos la rebatiña de taberna.
Ya sólo faltaría, para redondear la juerga, que acabara creyendo que es lo que parece. Que quiera ser el títere y el titiritero. Que los dioses le concedieran lo que pide y se empeñe en medirse, de igual a igual, con Zapatero. Más almas —nos advirtió Santa Teresa— se pierden por las plegarias atendidas que por las no escuchadas. Agucen el oído, que el asunto promete.
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