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¡Viva la revolución!

El esencial hallazgo de la Revolución, la igualdad ante la ley, que no permitirá nunca más tratos diferenciados

Día 04/10/2010 - 03.33h
HAY tradiciones y hay tradiciones. La de la Revolución es, en la Francia moderna, sagrada. Porque crea la nación, entre otras cosas. Libertad e igualdad, con ella. No es fácil entender esa grandeza. Tampoco, las servidumbres que ella acarrea. Recomiendo a quienes quieran hacer ese esfuerzo —en lugar de embutirse la sarta de necedades que fueron aquí dadas como la evidencia misma a costa del debate sobre la identidad en Francia— que entren en la web abierta por el Gobierno francés (http://www.debatidentitenationale.fr/) en torno a esa interrogación en la cual se dirime la supervivencia de una específica criatura de la era moderna: el ciudadano. Esa página incluye una bibliografía básica, en la que están, desde luego, los grandes nombres de la Francia conservadora: el General De Gaulle, ante todo, junto al inclasificable André Malraux. Pero también los de aquella santa anarquista que fue Simone Weil o el padre del socialismo francés Léon Blum. E historiadores ilustres, Bloch o Braudel, junto a nombres esenciales de la literatura en francés hecha por no franceses: Senghor o Maaluf. La lectura de una tal lista en la web de un ministerio induce a la melancolía de haber tenido que nacer en esta tierra nuestra de políticos analfabetos.
Y, ya puestos, ¿por qué no echar una ojeada a la declaración conjunta de los Gobiernos rumano y francés, el 9 de septiembre pasado, acerca de lo que nuestra provinciana prensa local presentó como poco menos que hitleriana medida de Sarkozy para acabar con los asentamientos delictivos en las periferias urbanas? ¿Medida contra los rumanos? No es lo que el Gobierno de Rumanía enuncia, en sintonía con el de Francia: «La libertad de circulación y de residencia es una formidable consecución de la Unión Europea, sin discriminación ninguna. La dignidad humana y el orden público son exigencias que no pueden prestarse a ninguna debilidad, conforme al principio de tolerancia cero». A eso llaman ambos gobiernos la común «lucha contra la delincuencia». Y eso se comprometen a defender conforme a ley. Produce algo de bochorno tener que explicitarlo.
Porque es eso lo que está en juego. El esencial hallazgo de la Revolución, que el Abad de Sieyès formula en el verano de 1789 como fundamento constitucional: la igualdad ante la ley, que no permitirá nunca más tratos diferenciados. Sarkozy lo formulaba, hace un par de semanas, en un principio que no es negociable sin acabar con la Constitución, con la nación por tanto: «Se es francés porque uno no se reconoce en una raza, ni se deja encerrar en un origen o una religión». Por eso el burqa no será, en ningún modo, tolerado: porque atenta al principio mismo de la igualdad republicana. «Francia no pide a nadie que renuncia a su historia y su cultura… Pero no se puede pretender tener todas las ventajas de la República, si no se respetan sus leyes y sus valores».
A eso se reduce todo. A algo tan elemental —y tan irrenunciable— como lo que el ministro Eric Besson resumía en casi un axioma: «Libertad, igualdad, fraternidad, laicidad y democracia. Nadie puede, en la República, sustraerse al respeto de esos valores». Que son la herencia viva de la Revolución. Y de la moderna nación que la Revolución inventa.
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