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La sonrisa rota de William Pardo

En situación irregular, William Pardo perdió a su hija en lo que él considera un acto de negligencia médica. Tras años en espera de juicio, su agresión a uno de los acusados durante la vista le puede llevar ahora a prisión

DAVID MARTÍNEZ

William Pardo todavía no se cree el infierno en el que vive desde 2006. Ni que ahora pueda sumergirse en otro. En el juicio contra los acusados de causar la muerte a su hija por una negligencia médica, celebrado en Alicante la pasada semana, William perdió la razón. «Me cegué», explica. E intentó agredir a uno de los encausados. Pasó la noche en Comisaría, y ahora está a la espera de juicio por atentado a la autoridad -el intento de agresión se produjo en el interior de la sala de vistas, y motivó la intervención de un funcionario-. «Me quieren e_SDLqechar” nueve años por una agresión, y a los médicos que mataron a mi niñita sólo les piden dos años y medio. ¿Cómo es posible?». En situación irregular en España, el boliviano se dedica a su pequeño estudio de pintura, «trabajando para pagar abogados». Primero, para llevar a juicio a los que considera culpables de matar a su pequeña. Ahora, para no terminar él mismo en la cárcel por «estallar de impotencia después de cinco años» en el juicio. «Esos tipos pasaron a mi lado riéndose y haciéndome gestos», se justifica.

Muerte de la pequeña

Todo comenzó en 2005. La pequeña de William, Kail Xila, que contaba cuatro años de edad, vivía con una familia de acogida en Alicante. «Me engañaron diciéndome que podían darle una vida mejor», lamenta el padre. Los conocieron en Bolivia, donde William se dedicaba a la pintura. Después de varios viajes, «se encapricharon de la niña», dice. Y se la llevaron a la localidad zapatera de Elda, en Alicante, en régimen de acogida. William llegó a España siguiendo a su hija, para intentar estar cerca de ella. Se veían con cierta regularidad, cuando la familia de acogida viajaba a Madrid para que padre e hija pudieran pasar unas horas juntos. «Me dijeron que la iban a escolarizar, que podría tener un buen trabajo. Todo mentira». Un año después de llegar a España, el 28 de diciembre de 2005, los padres de acogida de Kail Xila -que «querían adoptarla»- avisaron a William de que la iban a llevar al dentista. «Me dijeron que le iban a curar los dientecitos». Los dientes de leche de una niña de cuatro años. Kail no volvió a despertarse tras la operación en la clínica bucodental de la capital alicantina a la que la llevaron. Según el odontólogo y la anestesista, surgieron complicaciones con la sedación. Unas complicaciones que provocaron a la pequeña una bradicardia (un descenso brusco de las pulsaciones) y una drástica reducción en la cantidad de oxígeno que llegaba al cerebro. William sostiene que lo que aplicaron a su hija para extraerle dos dientes de leche fue «anestesia general», pero los médicos y los forenses que participaron en el juicio defienden que la técnica empleada fue la sedación. La madre de acogida, por su parte, declaró que antes de entrar en el quirófano, le advirtieron de los riesgos. Y los peores augurios se cumplieron, como consecuencia de un fatal cúmulo de despropósitos. Kail Xila empezó a convulsionar pocos minutos después de la sedación. El odontólogo siguió el criterio de la anestesista, y no paró la intervención hasta que fue demasiado tarde. Cuando optaron por parar la operación -aunque «el daño cerebral ya estaba causado», según los forenses-, odontólogo y médico estabilizaron a la pequeña, y la trasladaron al Hospital General de Alicante en un vehículo particular, en lugar de avisar a una ambulancia. Cúmulo de despropósitos El Hospital alicantino rechazó ingresar a la pequeña por falta de camas, y los mismos protagonistas tuvieron que desplazarse a Murcia, al Hospital Virgen de la Arrixaca. Tres días más tarde, el 1 de enero de 2006, Kail Xila fallecía sin haber vuelto a abrir los ojos desde que entró en el quirófano. Es esa noche cuando comienza la segunda pesadilla de William: la donación de órganos de su pequeña, supuestamente sin su consentimiento. Durante la celebración del juicio, William -que se pasó las tres jornadas de la vista apostado ante las puertas del tribunal con pancartas y carteles de denuncia- sostuvo que «a mi hija la mataron para sacarle los órganos». Una acusación muy grave, y en la práctica indemostrable. Pero el pintor boliviano no se lo quita de la cabeza. Según su versión, nunca autorizó la extracción de órganos, aunque existen dos consentimientos firmados. Las contradicciones entre ambos documentos han disparado las especulaciones del dolido padre. «En uno de los papeles se autoriza la extracción de las córneas, y en el otro no», explica. Su rúbrica está en ambos, pero asegura: «No recuerdo haber firmado nada».

«Me desmayé al saber que había perdido a mi única hijita»

Le acababan de comunicar que su hija había fallecido. «Estaba en shock, me desmayé al saber que había perdido a mi única hijita». Para él, la única explicación posible es que falsificaran su firma. «No hubo entrevista, no le hicieron autopsia. Que yo sepa, para donar los órganos uno tiene que morirse en un accidente, ser una persona sana, para que se puedan aprovechar». Algo que, a su juicio, no cuadra con una pequeña de cuatro años que se muere por causas desconocidas tras pasar por la consulta de un dentista. De repente, William se vio solo, en un país que no era el suyo, sin papeles, y sin su única hija. La misma a la que renunció un año antes, entregándola a una familia de acogida, porque «era muy duro trabajar para sobrevivir con mi hija de la mano». Con el agravante de que, según su versión, le habían «sacado los órganos» sin preguntar. Pero tomó una determinación: llevar ante los tribunales a los dos médicos a los que acusa de «matar» a su pequeña. La asociación del Defensor del Paciente, especializada el pleitear contra negligencias médicas, interpuso la querella que cristalizó en el juicio de la pasada semana. Baile de abogados El caso comenzó a aparecer en la prensa local, e incluso se hizo un pequeño hueco en la nacional. Y un buen día, William recibió una llamada del mediático abogado Marcos García-Montes -conocido popularmente como «el abogado de los famosos»-. El pintor boliviano debió pensar que con un abogado tan conocido tendría más posibilidades y lo contrató. Pero la relación duró poco. William, que apenas podía mantenerse, no alcanzaba para pagar la minuta del conocido letrado. Y se quedó sin representación. Intentó que el Defensor del Paciente volviese a hacerse cargo de su caso, pero la asociación lo rechazó después de que William los «cambiase» por el «abogado de los famosos». Finalmente, fue el abogado alicantino José Alejandro López Herrera quien se hizo cargo de la acusación particular. Cinco años después de que Kail dejase de respirar en la consulta de un dentista, los juzgados de Alicante celebraban el juicio contra el odontólogo la semana pasada. William fue detenido al comienzo de la primera jornada, cuando se encaró con los acusados. Luego intentó agredir también a la madre de acogida, que amenazó con una denuncia que, según López Herrera, aún no ha interpuesto. El boliviano pasó la noche en el calabozo, pero al día siguiente volvió a la sala. El fiscal pide dos años y seis meses por una negligencia médica. La acusación particular eleva la petición hasta los cuatro años. La defensa de los dos médicos pide la libre absolución al entender que la muerte era inevitable. Las pruebas y los testimonios forenses parecen apoyar la tesis más benévola para con los encausados. Y William Pardo, a la espera de juicio sólo por reaccionar como un padre «que ha perdido a su «niñita» -un juicio en el que se enfrenta a una condena tres veces superior a la que cumplirán, en el peor de los casos, los médicos de su pequeña-, no las tiene todas consigo: «Con todo lo que yo he vivido en estos cinco años, me cuesta mucho confiar ahora en la Justicia».

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