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Columnas / HAY MOTIVO

Cocidito madrileño

Ayunos de discurso, esquilmados de ideas, tanto monta el ex alcalde despechado como la matrona de pródiga espetera

Día 28/09/2010
HAY gente que afirma que en las primarias de Madrid se masca la tragedia y el pucherazo acecha. Hay gente que sostiene que van a ser más limpias que las que acaban de celebrarse en Venezuela. Hay gente que cree que el tres de octubre se puede organizar un dos de mayo de imprevisibles consecuencias. Hay gente que insiste en que, a la postre, no ha de llegar la sangre al riachuelo. Hay gente pa tó, en resumidas cuentas. Huelga decir (para que luego digan que le damos la espalda al movimiento obrero) que, hasta que no se celebre el «derbi», no sabremos de fijo quién la clava y quién se despachurra el dedo. ¿Conseguirá la afición del fondo sur dejar a los del palco sin merienda? ¿Tendrá que rendirse el aparato ante el arrebatador empuje del chispero?
A la espera del veredicto de las urnas, y sin saber aún si el revés de la trama se ajusta o no a derecho, se puede concluir ya que el duelo fratricida es un guisote zafio, agarbanzado e indigesto. Un aliño que infama, que ahí nos huele y nos duele, la preclara receta que el impar Pepe Blanco (el fetén, por supuesto, no su ídem gallego) nos dejara en herencia. «No me hable usté/ de los banquetes que hubo en Roma./ Ni del menú/ del hotel Plaza en Nueva York./ Ni del faisán/ ni los foagrases de paloma,/ ni me hable usté de la langosta al Thermidor./ Porque es que a mí,/ sin discusión, me quita el sueño/ y es mi alimento y mi placer/ la gracia y sal/ que al cocidito madrileño/ le echa el amor de una mujer». Sírvase a ritmo de pasodoble —vamos, como Dios manda y la Santa Madre Iglesia nos enseña— y gloria bendita, oiga, sin que Ferran Adrià tenga que hincarle el diente. Habiendo un cocidito de por medio, que se quite el faisán y se volatilice el cocinero. Ya te digo, Rodrigo. Rodrigo Pérez Rubacalba, por más señas.
Nada entre dos platos y la inteligencia a dieta. Por mucho que se alambique el decorado, por mucho que se gaste en tramoya trascendente, el sainete cómico que han puesto en escena el señor Tomas Gómez y la señoritinga Trinidad Jiménez es un mero refrito, un popurrí, una olla podrida que empacha y no alimenta. Ayunos de discurso, huérfanos de argumentos, esquilmados de ideas, tanto monta el ex alcalde despechado como la matrona de pródiga espetera. Ya puede el uno ejercer de montaraz, encabritar el ceño, esculpirse a navaja un perfil de guerrillero. ¿Sólo por eso se va a montar, de pronto, una guerra intestina de la independencia? Menos lobos, tocayo, que no hay nieve y lo que sobra en tus predios son ovejas. ¿Y Trinidad? Esa es otra. Un dogma de fe que no alivia el misterio. «¿Qué pinta en primera línea la secundaria eterna? ¡Triniá, mi Triniá! Algo tu vida envenena, / qué tienes en la mirá / que no me pareces buena... ¡Triniá, mi Triniá!».
A falta de propuestas, se admiten las apuestas. ¿Si gana el candidato de las bases, afectará el mal de altura a Zapatero? ¿Se esfumarán los fantasmas del pasado si la hechicera del sufragio se impone en la pelea? ¿Qué hará el Pichi de Parla —«anda y que te ondulen con la permanén...»— si le afeitan en seco y le corren en pelo? O viceversa: ¿Encajará la ministra el vapuleo si los sondeos marran y las mañas no medran? Peliagudo dilema. Metida en el papel de «La tonta del bote», Lina Morgan resultaba excelsa. Ser «La tonta del voto», sin embargo, es un papelón de aquí te espero.
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