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Samantha Vallejo-Nágera: «Mi hijo me hace más humana a mí y a los que me rodean»

Día 27/09/2010
ÓSCAR DEL POZO
- Oí ablar de usted mucho antes que de su hermano Colate, esposo de Paulina Rubio.
-¡Siempre lo digo, que a mí ya se me conocía! Llevo muchos años con mi empresa de catering...
-Y se lo ha currado desde abajo.
-También he tenido suerte, porque yo me dedicaba a los jardines, había estudiado paisajismo. Todo empezó por casualidad, por una apuesta tonta con el dueño de Horcher... Él me picó con que yo no aguantaría ni cinco minutos trabajando en su cocina y le tomé la palabra. ¡Estuve allí dos años!
-Todo un templo de la liturgia de la buena mesa. Allí aún se pone a las señoras un cojín en los pies.
-De los pocos clásicos que quedan de cocina tradicional. En sus fogones todo se hace a la antigua, los fondos de carne, pescado... Con la base de la cocina tradicional, que es la que a mí me gusta. Aprendí una barbaridad y disfruté un montón del ambiente. A partir de ahí he vivido siempre de cocinar.
-Así que cambió definitivamente sus estudios de paisajismo por los pucheros.
-Pasé tres meses por Arzak y un año en Francia en la escuela de Paul Bocuse, donde gané el concurso interno de cocina (¡una chica y española, algunos me odiaban!). También me instruyeron en la dirección de equipos. Estaban encantados conmigo.
-La escuela gala pesa en su quehacer.
-Por todo lo que me enseñaron allí y por mi madre, que es francesa. Aquí, tradicionalmente, nos ha faltado la visión estética del catering y la restauración que ellos sí tienen, tanto del personal como de la puesta en escena.
-Sin embargo, voló.
-Me fui a Nueva York y me busqué trabajo de «au pair». Cuidaba a la niña de David Byrne, el líder de los Talking Heads. Un horror de criatura. Y más adelante, junto con una amiga, empecé a servir paellas a domicilio.
-¿Eso rentaba?
-Sí. No se nos dio mal, hasta que volví a Madrid. Aquí compré unas ollas y me puse a lo del catering casi sin saberlo. Simplemente, amigos y conocidos me llamaban para montarles cenas y comidas y yo lo hacía en casa de mi madre, hasta que me echó. Luego, en mi apartamento... ¡Todo bastante ilegal, la verdad! Pero enseguida nos hicimos formales y ahora somos entre quince y veinte personas.
-¿Pequeñas empresas sin liberados sindicales (como la suya) nos sacarán de la crisis?
-Lo mío es una empresa familiar de gente con ganas. Me va bien, pero no quiero crecer de cualquier manera. Ahora que también me dedico a las bodas intento singularizar cada una de ellas a la medida del cliente, es mi sello. Trabajamos mucho, pero yo intento motivar a todos pagándoles bien, dejándoles responsabilidad y valorando sus capacidades. ¿Subvenciones? A mí nunca me ha ayudado nadie, después de quince años con mi empresa y veinte haciendo catering.
-Ahora también se vuelca en causas solidarias.
-Desde que nació Roscón. Como ves, es una monada, simpatiquísimo, y le llaman la atención los hombres barbudos. En ese instante, Roscón se abalanza entusiasmado sobre la barba del fotógrafo. Lo que más le gusta es bailar bakalao.
-Es un crío adorable. ¿Cómo ha cambiado su vida?
-Yo ya era solidaria antes en los gestos de dar dinero, pero ahora lo soy en el deseo de acercarme un poco a esta gente, lo que también es muy importante. ¡Esto te hace más humana! Ahora cada vez que estoy con una persona discapacitada hablo con ella o me voy a charlar con sus padres, y eso es algo que tendría que conocer todo el mundo. Con la Fundación Síndrome de Down estamos organizando una exposición que se llama «Más allá de un rostro», con fotografías de 150 niños ¡Las fotos ya están hechas en estudio pero nos faltan el dinero para los soportes y para imprimirlas!
-¿Iniciativas así contribuyen a «normalizar»?
-Sí. A mí a veces me critican por sacar a mi niño en la tele o en las entrevistas, pero me da igual. Roscón es un crío como los demás y a mis otros hijos los he sacado siempre. Yo creo que eso ayuda muchísimo, y es entrañable. Toda la gente que está a mi alrededor está viviendo con este niño lo mismo que yo con los discapacitados y eso es una gozada.

El lado luminoso del síndrome de Down

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