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«Si la literatura curase, la venderían en las farmacias»

«Tiempo de vida», de Marcos Giralt Torrente, retrata la disfuncional relación entre el autor y su padre, el pintor Juan Giralt, y la posterior enfemedad del progenitor

NAGORE IRAOLA

fernanda muslera

El dolor, como el amor, es universal. ¿Qué puede ser más universal que el dolor por la pérdida de un padre o de una madre? Nunca se sale indemne de la orfandad.

«Me he hecho más frágil, me he hecho más triste, me he hecho más temeroso, me he hecho más escéptico, me he hecho más viejo», escribe Marcos Giralt Torrente . El madrileño, ganador del Premio Herralde de Novela por «París», retrata en su último libro, «Tiempo de vida», las sutilezas y tosquedades de su disfuncional relación con su padre, el pintor Juan Giralt, para luego centrarse en la enfermedad mortal de su progenitor y en la nueva dimensión que se articula entre dos personas que saben que les queda poco tiempo juntas. Pero la vida sigue su curso y, poco después de dejar de ser hijo, el autor se convirtió en padre de un niño llamado Juan.

«Contamos con el arte para que la verdad no nos destruya», es la frase de Nietzsche con la que Giralt Torrente abre su libro. Arte que no es evasivo, sino un camino a la reflexión: así es su libro, un relato descarnado, detallista e introspectivo, capaz de generar conocimiento de la emoción y emoción del conocimiento. Pero en esa calidad visceral, íntima, el lector puede entretejer su propia historia en una madeja de anhelos y carencias que nunca es individual.

—¿Ha sentido pudor al poner en papel tan explícitamente sus sentimientos?

—Al principio no asumí que este era un libro que exigía una desnudez total, que no se podía escribir desde el pudor, porque habría sido literariamente fraudulento que me hubiese propuesto desnudar a mi padre y señalar los conflictos que tuve con él y, sin embargo, mantenerme yo en la sombra.

—Después de escribir su libro y tras las lecturas de tantos otros que evocan la relación entre padres e hijos, ¿que reflexión le queda?

—Me di cuenta de que es un subgénero muy fértil y abundante. Porque están escritos desde la urgencia. Desearía yo que toda la literatura que leemos fuera así.

—¿Sus libros siempre han partido de una necesidad imperiosa?

—Yo solamente sé escribir de mis preocupaciones vitales, de aquellas partes de la realidad que apelan a mi sensibilidad individual, sobre conflictos que me interesan o estimulan, porque son historias que no son blancas o negras, sino grises. La literatura bucea en esa zona de grises en la que no hay certezas. Mis libros siempre han estado dictados por la necesidad, pero nunca había sentido esa necesidad de una manera tan imperiosa como con este libro.

—¿Este libro fue como una especie de catarsis?

—No, no creo en la literatura terapéutica, si la literatura curase la venderían en las farmacias. Creo que la literatura puede ser un consuelo pero sobre todo es una vía del conocimiento. La catarsis de la mala relación que tuve con mi padre fue previa al libro, durante mi entrega absoluta en el momento de su enfermedad y al haber conseguido la reconciliación plena con él.

—¿Cuáles eran sus miedos cuando comenzó a escribir esta obra?

—Uno de mis mayores miedos era no cumplir la idea que yo tenía en la cabeza. Se dice que todos los libros son, en cierto modo, la historia de un error porque ninguno acaba siendo totalmente lo que su autor pensó. La literatura, como cualquier otra cosa en la vida, se hace de cálculo y azar. No ser capaz de escribir el libro que yo quería escribir, significaba no transmitir con toda su hondura la complejidad de la relación que tuve con mi padre, que fue muy problemática en ocasiones, pero que nunca, ni en los peores momentos, estuvo exenta de un profundo amor mutuo.

—Llama la atención el personaje representado por la pareja de su padre, al que usted denomina «la amiga que conoció en Brasil».

—El libro está focalizado en mi relación con mi padre, es decir, todo lo demás se oscurece. Pero a la amiga que conoció mi padre en Brasil no podía oscurecerla totalmente porque era angular para entender el conflicto con él. Paradójicamente, uno de los mayores trabajos fue quitarle aristas a ese personaje, porque si hubiera contado todos los hechos tal y como fueron, habría parecido un ajuste de cuentas y resultado inverosímil por lo inhumano.

—¿Su afición al mundo de las letras comenzó como una venganza contra su padre?

—Si, es «a grosso modo» la verdad. Yo nací en un ambiente artístico: mi abuelo era escritor, mi padre pintor, mi padrino era director de cine. Estaba encaminado a tener una profesión de este tipo. Pero en el momento en que mi padre desaparece de mi vida cotidiana, di la espalda a la pintura y me volqué en la literatura.

—¿Qué cosas de su padre perviven hoy en usted?

—Una desmedida exigencia y un desmedido sentimentalismo.

—¿Hay una dimensión pictórica en su escritura?

—Mi manera de escribir se parece a la manera que tenía mi padre de pintar, en el eclecticismo. A mi padre le molestaba la distinción entre pintura abstracta y figurativa porque creía que gran parte de las vanguardias de la última parte del siglo XX eliminaban esas barreras. Yo como escritor soy también muy contrario a la distinción entre ficción y no ficción. Cualquier literatura es autobiográfica, porque el sustrato de la literatura proviene de la realidad. Pero cuando intentas hacer un relato lo más fiel posible a la realidad, siempre tiene elementos de ficción, porque la memoria es ficticia; manipula y tergiversa.

—¿De ser pintor, que tipo de pintor cree que hubiera sido?

—No tengo ni idea, afortunadamente la cultura española ha perdido un mal pintor.

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