Elvira Lindo: «No es una autobiografía, pensar eso le quita valor a mi trabajo»
La escritora presenta «Lo que me queda por vivir», una novela sobre una madre joven y su hijo de cuatro años en la década de los ochenta
patricia gardeu
Ella espera sentada, pizpireta, sonriente; tal y como uno se imagina que es Elvira Lindo . Se levanta y saluda con dos besos formales. Dan ganas, entonces, de alejarse de lo establecido y darle un abrazo, un beso fugaz en la mejilla de esos que ... se le dan sólo a las personas con las que se tiene mucha cercanía, con quienes los formalismos no tienen cabida. Igual que le ocurre a Antonia. «Tuve el impulso de abrazarla», dice al reencontrarse con una vieja amiga, en el primer capítulo de la novela, la protagonista de «Lo que me queda por vivir» .
«Esta cercanía que se genera con mis lectores es algo más que familiaridad –explica Lindo–. Hay escritores que ponen a su lectores por debajo, admirándolos. Yo contesto escrupulósamente a todas las cartas, me mandan besos, establecen conmigo una relación de cariño, quieren protegerme… Lo que escribo transmite mucho de mi caracter».
Y es que esta novela tiene mucho de la escritora, mucha pasión, mucha entrega, vocación, trabajo, tiempo… lo que no quiere decir, se apresura a aclarar, que Antonia sea ella: «Claro que mis recuerdos tienen mucho peso, retrato un Madrid que yo conocí y viví muy activamente, conozco el paisaje y el momento a la perfección, pero esto no significa que sea una novela autobiográfica. Pensar eso le quita valor a mi trabajo. Juro que si hubiese querido escribir unas memorias, lo hubiese hecho. Pero esta novela tiene una estructura y un tiempo literarios, una selección, un sentido. Lleva al lector por un camino».
«Son retazos de vida donde no importa sólo lo que se cuenta, sino también lo que no».
Por ese sendero, Antonia, una locutora de radio de 26 años, recién separada y con un niño de cuatro años, Gaby, exprime su confusión en el hervidero emocional que era el Madrid de los años ochenta. Partiendo de ahí, la historia se estructura en ocho capítulos: «No tiene exactamente un argumento, son retazos de vida, recuerdos que dan la sensación de una época en la vida de una persona. No está contada de manera lineal, es más como si fueras entrando en una vida por momentos, donde no importa sólo lo que se cuenta, sino también lo que no».
«El huevo Kinder»
El germen de esta novela está en un cuento que la autora escribió hace unos años y al que llamó «El huevo Kinder». Narraba una noche inusual de cine entre madre e hijo. Ese personaje –inspirado en su hijo Miguel, que ahora tiene 25 años y que es autor de la portada del libro– es precisamente uno de los orgullos de la autora, que reconoce que es necesario «haber tenido una relación muy estrecha con un niño» para poder recrearlo: «Los niños piensan muchas más cosas de las que saben decir. Con lo poquito que habla mi personaje, tiene mucha entidad. El niño es creíble y la gente le coge cariño».
«Ahora, los problemas son otros, como la falta de futuro»
Por su parte, la joven madre es el retrato de los jóvenes de entonces, «menos preparados y más desprotegidos que los de ahora, pero con una libertad tan amplia que era dificil de gestionar». Además, ubicados en «una época difícil, con una gran presencia de las drogas, la heroína… Ahora, los problemas son otros, como la falta de futuro. Yo, por ejemplo, nunca pensé que me iba a faltar trabajo. Por eso no puedo decir que era valiente, sino que en esa situación uno puede permitirse ser más temerario».
Desde aquel cuento, han pasado cerca de cinco años; un tiempo que la autora ha necesitado para rumiar la historia antes de poner palabra a tantas emociones. «Tengo que saber bien lo que quiero contar y sentir la necesidad de que quiero hacerlo –explica Elvira–. No puedo ponerme a escribir y seguir mi pensamiento sin más. Siempre he escrito los libros de principio a fin, pero éste, aún teniéndolo en la cabeza, lo he escrito de un modo más descolocado».
«Escribir es acercarte a lo que has soñado»
Para ello, la autora se ha refugiado en su casa de Nueva York, donde pasa la mitad del año. Desde allí, con integridad, logra aumentar el valor de las sensaciones al darle forma con palabras . A pesar de ello, reconoce que siempre hay «algo que se pierde mientras se está escribiendo, que se evapora; lo que haces es sólo acercarte a lo que has soñado». A pesar de que parte se esfume, ese proceso del trabajo, «pensar y generar en mí la emoción previa» es para la autora tan necesario como que sea de noche, exista la tranquilidad de un paisaje otoñal y sienta cercanos a su familia y amigos: «Yo creo que las cosas se ven más claras con la edad. Yo he sido de una maduración lenta, y por eso, y más aún en un trabajo como éste, en el que estás siempre expuesto, necesito mis anclajes . Hay gente muy solitaria que hace las cosas sin ayuda de nadie, pero yo no podría. A mí me gusta la sensación de estar acompañado en la vida».
La madre de «Manolito Gafotas»; la autora que se consolidó como «escritora seria» contando el desgarro de las dos barrenderas protagonistas de «Una palabra tuya»; la periodista que deja fluir cuando, alejándose de su rol de entrevistada asume el de entrevistadora y contesta con preguntas... se despide con la misma cercanía pausada con la que se presentó. En el aire deja algún que otro apunte: explica que repite en voz alta los diálogos de sus novelas «para ver si suenan bien», rememora que lo malo de escribir es que te exige una dedicación difícil de lograr «cuando a una le gusta mucho vivir y sabe lo apasionante que es» , asegura que lo que jamás se puede perder «es el respeto a los lectores», reconoce que no se libra fácilmente, ni con los años, «de los miedos y las inseguridades», y habla de sus gustos literarios, «eclécticos y obsesivos». Chejov, Truman Capote, John Cheever… «Es como si quisiera atrapar a esos autores y que fueran de mi familia. Además, convivo con una persona (el escritor Antonio Muñóz Molina) con la que puedo hablar de los personajes de los libros que estamos leyendo como si se tratase de gente conocida. Me gusta ese modo emocional de leer», explica Elvira. Idéntico a lo que sus lectores experimentan con los personajes de «Lo que me queda por vivir».
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