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Columnas / CAMBIO DE GUARDIA

La paciencia del clérigo

El cuerpo de Shakineh es hoy el libro en blanco sobre el cual imprima el látigo la intemporal creencia

Día 08/09/2010
EN la ciudad santa de Qom no corre el tiempo. Su curso se detuvo el día de hace catorce siglos en el cual Alá, el Único y Misericordioso, dictó el contenido del inalterable libro de oro, que está desde la eternidad a la vera suya, para que su Profeta hiciera de él guía a la cual se ajuste cada avatar de los humanos. Sin excepción ni desfallecimiento. Sin alteración alguna, ya que el libro fue antes de que hombres y tiempo existieran.
La fuerza de lo intemporal es prodigiosa. Quizás sea mejor decir aterradora. Sakineh Mohammadi Ashtiani lo sabe en su cárcel de Tabriz: las buenas intenciones de quienes en Occidente han reclamado su libertad pasan. Todo en nuestro bienintencionado Occidente es criatura del trastrueque que, desde Heráclito, sabemos lo esencial: lo efímero, la erosión del tiempo. De ese saber en permanente cambio lo real, viene lo más hermoso del mundo que heredamos de los griegos: el horizonte abierto en el cual todo es posible. También, la frágil vulnerabilidad de este universo nuestro que se asienta sobre la tan bella y tan frágil ironía socrática: la que exige que todo cuanto afirmamos quede siempre sometido al acecho de la interrogación que orada cualquier certeza perenne. Somos una cultura de la inteligencia: esto es, de la duda. Que, no nos engañemos, es la única cultura. Lo otro, la certeza que se pone más allá de la desazón de tiempo y duda, es barbarie. Así lo pensaban los griegos, de los cuales nos viene lo mejor que somos: razón, eso único en lo cual podemos, pese a todo, asomarnos al espejo cada mañana sin morirnos de vergüenza.
Es nuestra debilidad también. El tiempo nos devora. Los clérigos de Qom no sufren eso. Y Sakineh Mohammadi Ashtiani sabe que eso la pierde. Hace ya tanto que fue sepultada en vida en Tabriz... ¿Cómo no va a saberlo? Todo el cartesiano Occidente proclamó su horror ante el destino de morir a pedradas que pesa sobre la que ha sido —«por convicción» de sus jueces y sin pruebas, pero lo mismo daría que lo fuera con las constancias más firmes— condenada por el imperdonable crimen de adulterio, que es en el Islam crimen contra Dios, ya que al de Dios metaforiza el poder del varón musulmán sobre la hembra que es propiedad suya. Los mullahsperseveraron. Como corresponde. ¿Qué es la voz sacrílega de esas gentes infieles —judíos, cristianos, descreídos…— a las que el Libro dicta, sin equívoco, perseguir y dar muerte?
El tiempo repetido hastía. Sakineh Mohammadi Ashtani va desapareciendo de las primeras páginas en la prensa de los no creyentes; de su memoria. Y los clérigos perseveran en el intemporal castigo. Lo incrementan: que pague por dar ocasión a la blasfemia del Occidente griego contra el Islam piadoso. La condena permanece. La muerte por lapidación aguarda. Se incrementa, eso sí, la dosis de dolor. Porque la muerte no basta. Una nueva condena: 99 latigazos. Porque un periódico británico publicó una foto de la réproba a rostro descubierto, en manifiesta violación de lo que el Libro dicta como regla de pudor femenino. La foto es falsa. No importa. El clérigo no se engaña: el cuerpo de Shakineh es hoy el libro en blanco sobre el cual imprima el látigo la intemporal creencia. Y sólo Alá es Grande.
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