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Columnas / AD LIBITUM

¿Qué hacemos en Afganistán?

Nuestra política exterior es un género bufo y, salvo el amor al comunismo cubano, es difícil encontrar una constante

Día 27/08/2010
AFGANISTÁN dejó de ser la ruta de la seda para convertirse en la de la amapola; pero, quienes hemos leído Kim de la India, le debemos a Rudyard Kipling un cierto entendimiento de la áspera realidad de un territorio en el que, desde Ciro el Grande, rey de los persas, hasta Barack Obama, presidente de los EE.UU., han fracasado todos los titanes de la Historia. Bastaría una reflexión en ese sentido para encontrar una respuesta a una pregunta elemental: ¿qué hacemos nosotros, los españoles, en un rincón del mundo tan distante de nuestros intereses, tan lejano de las prioridades de nuestra política exterior y, como ya demuestra una negra contabilidad, tan mortífero para nuestros soldados?
Son muchas las respuestas que nos debe José Luis Rodríguez Zapatero, el gobernante espasmódico que, por las mismas razones que nos sacó de Irak, en desprecio a los compromisos adquiridos por el Estado español, nos metió en Afganistán para aliviar sus complejos y disimular sus errores y gestos antinorteamericanos, impropios de quien pretende ser un líder planetario, pobrecito. En función de los últimos acontecimientos, la más urgente de todas esas respuestas es la que explique nuestra presencia afgana.
Nuestra política exterior es, de hecho, un género bufo y, salvo el amor al comunismo cubano, es difícil encontrar en ella, a lo largo de los años que llevamos de zapaterismo, ninguna constante. Hace solo unas horas, a propósito del rescate de los secuestrados por Al Qaeda del Magrel Islámico, el presidente Nicolas Sarkozy ha tenido que recordarnos que «pagar rescates y aceptar la liberación de presos a cambio de pobres inocentes no puede ser una estrategia». Para nosotros, por lo que llevamos visto, se trata de una costumbre fáctica que concuerda con la política débil y pastueña que, inspirada desde La Moncloa, ejecuta con entusiasmo el titular de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos.
Lloramos ahora el asesinato de tres españoles —los nacionalizados también lo son— mientras cumplían con su deber en Afganistán. Alguien, aunque solo sea por respeto a su memoria y a sus familiares, debiera darnos una explicación suficiente del sentido de la presencia española en aquel escenario bélico. La «misión humanitaria y asistencial» ya no se tiene de pie cuando nos aproximamos al centenar de muertos en un lugar que, en lo que a España respecta, no tiene sentido político, interés estratégico, valor logístico o razón crematística. Zapatero encontró en Afganistán una zarza con moras verdes para quitar la mancha de las maduras que recolectó en Irak y ahora tenemos manchas de dos colores.
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