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La inspiración de Madre Teresa

Mañana se celebra el centenario del nacimiento de la Madre Teresa de Calcuta, beatificada por Juan Pablo II en 2003. Fallecida hace trece años, su legado permanece vivo

jaime león

Ramu sonríe mientras acaricia la mano de Marcos. Apenas se conocen y hablan lenguas distintas. Pero el cariño no entiende de idiomas y Ramu no suelta la mano del voluntario. A su alrededor tres hileras de hombres, moribundos y enfermos, descansan en pequeñas camas. Ramu, de unos 40 años, sobrevivirá de una fea herida en la pierna. Muchos otros, no. Pero su muerte será diferente a su vida. Morirán con dignidad. Es el legado de compasión y ternura de Teresa de Calcuta. La Madre, como se la conoce en la India.

Es el Hogar de los Moribundos y Abandonados de Nirmal Hriday, fundado en 1952 por la madre Teresa. A punto de cumplirse un centenario de su nacimiento, el primer centro que fundó continúa funcionando a todo ritmo. Los moribundos, enfermos y sin techo tienen aquí una casa. Seis misioneras de la caridad supervisan el trabajo de un enjambre de voluntarios, todos extranjeros, muchos españoles, que cuidan de 110 personas. En dos salas, una para mujeres y otra para hombres, se lavan, alimentan y se curan heridas. Pero sobre todo se da humanidad, cariño y apoyo espiritual a los parias entre los parias.

Legado de inspiración

La mayoría de ellos viven en la calle, sin familia ni casa. Como Ramu, que ni siquiera sabe cuándo ingresó en Nirmal Hriday, ni cómo llegó. Muchos llegan inconscientes, recogidos por las misioneras o voluntarios en las calles de Calcuta, una urbe de 15 millones de personas. A lo largo de décadas por las camas de Nirmal Hriday han pasado 86.170 personas, de las que 34.815 murieron, explica la hermana Glenda, directora del centro. Seria y omnipresente, lo vigila todo desde un atril. «No, no me hagas fotos, nosotras nos somos importantes», dice ante la cámara.

Trece años después del fallecimiento de la madre Teresa, sus misioneras de la caridad y un millón de voluntarios y trabajadores continúan cuidando a los olvidados, los parias, los enfermos de lepra y sida, de niños huérfanos en 137 países, perpetuando su legado de compasión y amor.

Pero su legado no es solo de compasión. También es de inspiración. La llamada de Jesús que sintió la madre Teresa en 1946 de «ayudar a los pobres entre los pobres» ha inspirado y motivado a otros. Alrededor del mundo, pero sobre todo en Calcuta, una ciudad poblada de ONGs. Para muchos fundadores de organizaciones de cooperación, los centros de estas misioneras fueron su primer contacto con la realidad más dura.

Natalia Pallás dejó los focos de la televisión. De presentadora del Club Disney pasó a cuidar enfermos en Nirmal Hriday. Allí «aprendió que la vida no vale lo mismo en Occidente que en la India». Después enseñó a niños en una escuela de las misioneras. Cuando el centro educativo se vio obligado a cerrar, la joven no se lo pensó. Quería «poner en práctica la compasión y el servicio a los necesitados». Era el año 2004 y abrió una escuela en el barrio de la Alegría de Calcuta. Hoy más de 200 niños estudian en ella. No es la única, la historia se repite por toda la ciudad.

La madre Teresa, beatificada en 2003, nació como Inés Gonxha Bojaxhiu en 1910 en Skopje, hoy la República de Macedonia, de padres albaneses. En 1929 llegó a la India como novicia de las Hermanas de Nuestra Señora de Loreto. En 1948 dejó el convento para dedicarse a los más pobres. Dos años después fundó las Misioneras de la Caridad, una congregación austera y disciplinada. El resto es historia.

No son ajenos a las críticas

El legado de la madre Teresa se ha visto empañado por críticas en los últimos tiempos. Sus detractores afirman que la asistencia médica que ofrecen las misioneras no es adecuada, sin personal especializado ni técnicas modernas. Muchas veces son voluntarios sin formación sanitaria quienes tratan a los enfermos. «Esto no es un hospital», afirma la hermana Glenda. «Les damos apoyo espiritual y los casos graves los derivamos a centros médicos y asumimos los gastos», sentencia.

La casa de la «santa de los leprosos», donde descansa su tumba, se ha convertido en un lugar de peregrinación. Musulmanes, hindúes, budistas, sijs, cristianos y ateos rezan y presentan sus respetos a la Premio Nobel de la Paz de 1979.

Un pequeño ejército de monjas, ataviadas con el sari blanco con bordes azules, vive en la casa-museo. La costumbres se mantienen desde los tiempos de la Madre. A sus 82 años, la hermana Gertrude conserva su lucidez. «Soy la tercera monja que se unió a la madre Teresa. Los frutos de un árbol no son todos iguales. Hay naranjas y naranjas. No habrá otra como la madre Teresa», concluye la anciana.

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