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Y Michelle bailó por soleares

La primera dama de EE.UU. visitó Granada, su Catedral, la Capilla Real, se acercó a Isabel la Católica, paseó por la Alhambra y se empapó del embrujo flamenco

Día 06/08/2010 - 01.55h
No eran las cinco de la tarde y caía un sol de espanto sobre el Sacromonte granadino. Y allí, en la Cueva de la Rocío, Michelle Obama hacía sus pinitos bailando flamenco. Acompañada por su hija Sasha y unas cinco personas más, tanto disfrutaron con el espectáculo que le tenían preparado el bailaor Juan Andrés Maya y su familia, que empezaron musitando olés, luego jalearon con palmas y al final se arrancaron a contonearse.
Los Maya les brindaron un cuadro de boda gitana, al que agregaron rumbas y bailes versionados sobre poemas de Federico García Lorca para luego bailar por soleares al son que le recitaba Curro Albaicín. Michelle Obama, su hija Sasha y sus amigos se entusiasmaron, tocaron las palmas al son de una zambra y danzaron con los gitanos. Más tarde, les besaron y les dieron las gracias. Fue lo único que dijeron, con los olés, en español.
La Porrona y «la Mojama»
Durante la hora escasa que estuvieron de fiesta conectaron. La Porrona, otra flamenca emblemática del Albaicín, comentaba luego a los periodistas que «ellos tienen ritmo de por sí». Con un inglés muy de Granada, esta mujer, que tiene varias fotos en su bar con Doña Sofía, llamó a Michelle Obama «la Mojama». La primera dama estadounidense estaba encantada. Aceptó emocionada un abanico y una mantilla, que le regalaron a pesar de que está declinando recoger algunos agasajos institucionales.
La visita privada de Michelle Obama a España se demostró ayer privadísima, sin lugar para acreditaciones para la Prensa y para las fotos con políticos. A Michelle, lo que el alcalde José Torres Hurtado no le pudo decir en persona, se lo dijo la Porrona: que vuelva con su marido. Ella devolvió a los gitanos la invitación pidiéndoles que fueran a bailar a Estados Unidos.
No por privada menos ajetreada, la ruta turística comenzaba pasadas las tres de la tarde con la llegada de la comitiva, escoltada por ocho automóviles y varias patrullas de la Guardia Civil, a la Gran Vía granadina. Sus horarios, tan distintos a los andaluces, contribuyeron a que encontraran una ciudad tranquila como sólo a la hora de la siesta, en agosto, puede hallarse.
Al bajar del coche, la esposa del presidente Barack Obama fue directa a la histórica heladería de «Los italianos», donde degustó un barquillo con helado de chocolate y trufa al que luego añadió giaundia, otra crema de cacao. Sasha pidió stracciatela. Durante media hora hablaron con las dependientas, que luego señalaron que no se habían sentido «cohibidas»; la esposa del presidente Obama se puso detras del mostrador para las fotografías de rigor. Los agentes de seguridad, que no eran pocos, esperaban en las dos puertas del recinto, cerrado para la comitiva estadounidense. En un momento dado, a Michelle se le cayó una gota de helado y, muy natural, se chupó la mano.
En la calle aguardaba un puñado de curiosos y periodistas. Ella, con pelo recogido, «leggins» negros y una camisola estampada en varios colores, no saludó hasta que estuvo tras la reja que precede la entrada a la sacristía de la Capilla Real. Sasha, con pantalón azul corto y camisa sin mangas blanca, iba con sus amigas, una de las cuales celebraba cumpleaños, con los regalos que ello le conllevó en su periplo granadino.
A Estefanía, que había cogido un autobús desde Salobreña sólo para verlas, le habría gustado observar más a la esposa del presidente norteamericano. Entre tantos policías, no alcanzó a mucho. La descubrió «llana y sencilla». Pepe y Francisco llevaban apostados al comienzo de la calle Oficios, junto a la Catedral, desde antes de las dos y media de la tarde. Vieron hasta cuando los de seguridad metieron a un perro adiestrado en la Capilla Real.
21.30: regreso a Benahavís
Dentro de la Catedral de Granada, Michelle Obama se interesó especialmente por la historia de Isabel la Católica y la impronta que dejó en América. Luego bailó en el Sacromonte mientras fuera la esperaba, sin éxito, Andrew, un joven estadounidense de visita turística en Granada, que estuvo hasta una hora con la esperanza de verla, pese a que en su día no votó a su marido. Entre los vecinos del Sacromonte había quien se acordaba de la visita de los Clinton y quien celebraba que Michelle Obama estuviera dentro bailando con la Porrona: «Este es el turismo que nos interesa: de millones y de hoteles». Más claro agua.
Antes de las seis de la tarde, las ilustres huéspedes descansaron en el Parador de San Francisco, en la Alhambra, donde después se les sirvió un aperitivo de jamón ibérico, salmorejo, ajoblanco, pastela moruna y una tarta para la amiga de Sasha. Michelle Obama agradeció la visita, firmó en el libro de oro del Parador y anunció que se comprometía a volver con su marido. Pasadas las nueve y media de la noche regresó a Benahavís.
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