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CONTRA LA HOMOGENEIZACIÓN DE LA CULTURA

Leo con tristeza los acontecimientos en Cataluña respecto a la Fiesta. Todo parece un montaje para negar, no la corrida en sí, sino la españolidad.

Día 29/07/2010
Quizá lo más importante de la vida sea la muerte. Lo que diferencia al ser humano del resto de la creación es que sabemos que vamos caminando hacia ella.
«Avive el seso y despierte, / contemplando / cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte / tan callando...». Así canta el poeta español Jorge Manrique y así también cantaba el poeta inglés Andrew Marvell: «But at my back I always hear / Time's wingéd chariot hurrying near». (Pero a mi espalda siempre estoy oyendo / el carro alado del tiempo que se acerca corriendo»).
El ser humano, dada su sensibilidad (su alma, dirían los cristianos) intenta caminar hacia la muerte con la mayor dignidad posible. Una muerte digna honra a cualquiera. El intelectual francés Robert Brasillach, condenado a muerte por «crímenes intelectuales» (apoyo al fascismo) en 1945, ante el pelotón de fusilamiento, después de rehusar vendarse los ojos, grita «Vive la France! - Quant même». Personalmente, ante tal muerte, yo —junto con Mauriac, Claudel, Camus y muchos intelectuales que nada tuvieron que ver con el fascismo— le perdono.
La Fiesta de los Toros nos obliga a pensar en la muerte y en la humanidad.
En estos tiempos modernos en que parece que el ser humano es capaz de todo —poner un hombre en la Luna, inventar internet, curar la polio, y quién sabe qué otras maravillas nos esperan—, la Fiesta nos recuerda que el «carro alado» de Marvell se nos acerca inevitablemente. Lo malo es que el poema de Marvell se escribió en el siglo XVII. Desde entonces el mundo anglo-sajón / norteamericano va caminando inexorablemente hacia un mundo de fantasía e incluso, en algunos casos, inmoral.
Para nada renuncio a mi sajonismo. Pero tampoco deseo vivir en un mundo con una cultura global homogénea impuesta por los anglo/americanos. Okay? La Fiesta Nacional es un elemento clave que posee el mundo hispano (poseedor ya del segundo idioma más hablado del mundo libre, después del inglés) para hacer un contrapeso a esta amenaza.
Me explico. Pasé mi infancia en el barrio de Chamberí. Mi adolescencia, en el barrio de Salamanca. O sea, buena combinación, creo. Ya mayor, volví a mi tierra —el Reino Unido— y me hice diputado. En Gran Bretaña existe la buena costumbre de que, más o menos cada semana, los diputados regresan a su distrito y reciben uno a uno a aquellos de sus electores que acuden con problemas personales, sugerencias e incluso solo para quejarse. Pues bien, una de las primeras personas a las que recibió este diputado de Chamberí y aficionado taurino era una señora con la que la conversación fue más o menos así:
«Señora, ¿en qué puedo ayudarle?»
«Es que es mi abuela».
«¿Qué le pasa?»
«No, es que se ha ido».
«¿Adónde?»
«No, es que ya no vuelve».
«Ah, entiendo, se ha mudado».
«No. No. Se la han llevado».
«¡Cómo!» (Yo ya preocupado, pensando que estaría en la cárcel o algo así.) «No. Se la han llevado al otro lado. Ya no vuelve nunca más».
«Ah. Se ha muerto».
«Pues... Pues sí, sí, si quiere usted decirlo así».
En España, cualquier persona normal diría «mi abuela ha muerto». En el Reino Unido la gente emplea cualquier eufemismo con tal de no pronunciar esa palabra tan contundente. Los humoristas ingleses (ya saben que los ingleses se ríen hasta de su propia sombra, otra razón por la que no renuncio a mi sajonismo) ya se han percatado de esto. Hay un célebre sketchde John Cleese y Michael Palin —los Monty Python— que se llama «El Loro Muerto». Uno de ellos no quiere utilizar la palabra «muerto». Así que el loro «se ha incorporado al coro celestial», «se ha caído de la rama», «es un ex loro», «ya no es», «descansa en paz», «se ha ido al encuentro de quien lo creó», etcétera. Hasta que al final el otro grita: «¡Está muerto!».
A esa incapacidad de contemplar la muerte se le une un antropomorfismo (la atribución de sentimientos humanos a los animales) que bordea en lo delirante. Todos los niños ingleses leímos libros infantiles donde a algún animalito se le atribuyen sentimientos humanos. El osito Paddington. Peter el conejito. Mr. Toad (Señor Sapo) y Ferdinand el toro (al que, por supuesto, no le gustaba nada luchar, sino pasear por el campo oliendo las flores). Estos cuentos forman parte del ADN de todo británico. De ahí que casi todos los días en la prensa británica y norteamericana salga alguna historia de animalitos.
A veces estas historias son meramente risibles (la entidad benéfica que provee un santuario para burros viejos). A veces, chocantes (la madre que hizo comentarios nada halagadores sobre un zorro que entró en su casa mordiendo a sus dos hijas, y tuvo que recibir protección policial por menospreciar al pobre zorrito). Y a veces, francamente inmorales (una mujer en Miami que lega siete millones de libras a su chihuahua, Conchita. Conchita ya posee un collar de diamantes de Cartier, y los criados que la cuidan reciben veinte millones de libras para ocuparse de Conchita y asegurar que sea llevada cada semana a su spafavorito).
No es broma. Historias así aparecen diariamente en la prensa de lengua inglesa. No sorprende, pues, que una cultura que es incapaz de asumir la muerte y antropomorfiza los animales rechace totalmente la corrida. Luego el mundo hispano, o bien acepta una evolución hacia una cultura global homogénea de valores sajones/americanos, donde de la muerte ni se habla y donde a los animales se les concede categoría casi humana, o bien puede defender la Fiesta sin complejos y sin disculpas.
Finalmente, leo con tristeza los acontecimientos en Cataluña respecto a la Fiesta. Como galés galoparlante, comparto los sentimientos de orgullo por nuestras patrias chicas. Pero no puedo menos que observar que el rechazo de la Fiesta Nacional está promovido en gran parte por elementos separatistas. Parece que lo que les molesta es lo «nacional». Todo parece un montaje para negar, no la corrida en sí, sino la españolidad. No es un rechazo de tipo británico a la llamada crueldad hacia el pobre toro Ferdinand; entiendo que piensan continuar con sus llamados correbous, que convierten a este noble animal en una especie de payaso circense.
El separatismo hay que rechazarlo por muchas razones políticas, entre ellas porque supondría la salida de nuestras patrias chicas de la Unión Europea. En mi país nuestros separatistas han querido adueñarse, sin éxito, de nuestras tradiciones culturales. La Fiesta Nacional es mucho más que una tradición cultural. Es punta de lanza contra la dominación de mi cultura sajona sobre el resto del universo, cosa que no conviene ni al mundo, ni a España, ni a Inglaterra ni a Estados Unidos. ¡Ni a Cataluña!
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