LA VIDA EN SOLFA
ZARZUELA FRUSTRADA
SON las vueltas que da la vida. Cuando en junio de 1988 bajó el telón de la última de las 39 funciones de «Doña Francisquita», de Amadeu Vives, que hasta ese momento se habían representado en la historia del Gran Teatre del Liceu, se hizo ... el silencio. Y no solamente para esta popular zarzuela, una de las más queridas del público, sino de todo un género. A partir de entonces, el coliseo lírico barcelonés decidió darle la espalda a una tradición que había acunado desde su propia creación. Obviamente, cada director artístico tiene sus propios criterios para programar, un ideario expuesto que está en la mira de público y prensa, pero que define la línea del teatro que gestiona. Pero cuando se decide olvidar a un género tan consolidado en Barcelona, ciudad que, por lo demás, vivió los estrenos absolutos de muchas de las zarzuelas más importantes del siglo XX, cuesta de entender tanto silencio.
Las causas hay que buscarlas en la propia tradición escénica de la zarzuela, a menudo montada por aficionados, con escasos recursos y con mucha buena voluntad. De esa manera una capa de caspa se fue apoderando del repertorio a pesar de la buena salud que demostraba en otros derroteros, del empuje crucial que le dedicó Plácido Domingo allí por donde iba con su arte o de las espléndidas producciones que el madrileño Teatro de La Zarzuela encargaba incluso a directores de escena catalanes... Pero esos espectáculos nunca entraron al Liceu de los últimos 22 años.
No hace falta ser muy astuto para comprender que, además, los políticos catalanes no estaban por la labor. No se trata aquí, ni mucho menos —lo subrayo: todo lo contrario—, de apoyar interferencias de los responsables de las administraciones públicas ante cargos ocupados por técnicos y profesionales, pero es seguro que no hubo ninguno que «sugiriera» el regreso de la zarzuela a la temporada liceísta. Y así ha sido hasta hoy. Bueno, hasta mañana, porque este esperado regreso ha tenido que aplazarse a causa de una huelga que el Comité de Empresa del Gran Teatre ha votado como medida de presión en medio de las negociaciones de su Convenio Colectivo con la dirección del coliseo. Una lástima que un problema laboral impida que se cumpla el regreso y que el hito que significa la reconciliación del género castizo con el Liceu se aplace por fuerza mayor. Solo cabe esperar que, a partir de ahora, no tengamos que esperar a que pasen dos décadas para que una producción zarzuelística vuelva a subir al respetado escenario de La Rambla.
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