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DEBATE SOBRE EL ESTADO DE LA NACIÓN

Rajoy pide elecciones anticipadas, pero Zapatero se aferra al poder

En un discurso sin propuestas, el presidente del Gobierno ha asegurado que seguirá «cueste lo que le cueste»

efe

MARIANO CALLEJA

Los diputados socialistas aplaudieron ayer de pie, algunos casi con rabia, al presidente Zapatero cuando acabó su discurso y defendió la reforma laboral, la del sistema de pensiones y el tijeretazo social que llevó a cabo hace un par de meses, incluida la congelación de pensiones y el recorte del sueldo a los empleados públicos.

Fueron los mismos diputados que hace un año ovacionaron al jefe del Ejecutivo cuando, en el mismo escenario, en el Debate sobre el estado de la Nación, aseguró que no habría ninguna reforma laboral sin el acuerdo de empresarios y sindicatos y prometió ser fiel siempre a su programa y a sus principios, que incluía el máximo respeto al Pacto de Toledo y al sistema de pensiones, «la joya de la corona». Idénticos aplausos para un jefe del Ejecutivo transmutado, censurado a sí mismo y con un programa por delante radicalmente opuesto al que defendió cuando fue investido presidente del Gobierno en 2008.

Esta vez no hubo conejos en la chistera, propuestas improvisadas ni, en realidad, nada nuevo en el discurso de Zapatero, quien en el último año ha dado un bajón tanto en el fondo como en la forma de sus intervenciones. A estas alturas parece incapaz no ya de despertar algo de ilusión entre los ciudadanos, sino incluso de parecer optimista.

«Hemos iniciado el crecimiento», fue lo máximo que se atrevió a decir, además de constatar nada más empezar que «llevamos unos días de gran alegría colectiva» por la victoria en el Mundial de Fútbol. Nadie le cree en la Cámara, aparte de sus diputados, como ha vuelto a verse. Sus reclamos en forma de pactos ya no convencen a la oposición, sobre todo tras el Proceso de Zurbano, que el jefe del Ejecutivo volvió a poner como ejemplo de diálogo entre los grupos, pero que en realidad creó más frustración que otra cosa, al quedarse en un minipacto de medidas aisladas contra la crisis.

El protagonista del Debate de la Nación no ha sido la crisis, ni siquiera el paro, que es el principal problema para la inmensa mayoría de los ciudadanos. El protagonista indiscutible ha sido Zapatero y su falta de respaldo en el Congreso, donde la mayoría le ha retirado su confianza, al menos de palabra. En esta situación de soledad y debilidad parlamentaria, Mariano Rajoy se dejó de medias tintas y formalizó lo que en su partido era ya un clamor: exigió al presidente del Gobierno que dé voz a los ciudadanos y convoque elecciones anticipadas, tras liquidar su programa de Gobierno. El aplauso de los diputados populares respaldaron a su jefe de filas como diciendo: «¡Por fin!».

Tres veces

Ya puesto, Rajoy no pidió la disolución de las Cortes una vez, sino tres, una en cada uno de sus turnos: «El mejor servicio que puede hacer a España es disolver el Parlamento y convocar elecciones. Su tiempo está agotado y lo sabe», dijo primero. Zapatero se limitó a contestar que en este «momento crucial», tomará las decisiones que España necesita: «Voy a seguir ese camino, cueste lo que cueste, y cueste lo que me cueste».

Rajoy volvió a intentarlo por segunda vez: «El obstáculo es usted, que no tiene crédito ni confianza. Si quiere ser útil a España, diga a los españoles que opinen. Convoque elecciones». Ahí sí que entró Zapatero, quien recordó que es facultad del presidente del Gobierno convocar elecciones. Dicho esto, señaló a Rajoy que tiene en sus manos presentar una moción de censura, y le aconsejó que haga uso de ella: «Si usted es coherente, preséntela, pero para eso hay que tener un programa y el valor de explicarlo, claro».

El jefe de la oposición pidió elecciones por tercera vez: «Es lo que me faltaba, que me dé consejos. Usted —espetó a Zapatero— es un tapón para la recuperación económica de España. Es necesario que hable la gente y decidan los españoles». Zapatero, a la tercera, se creció y soltó un chascarrillo que hizo estallar en risas a los diputados socialistas: «Es cierto, sí, he perdido confianza en este último tiempo. Pero ni que usted estuviera para echar cohetes en las encuestas...»

Tensión en los escaños

Por estos derroteros tan profundos y trascendentales avanzó el debate político más importante del año. El rifirrafe entre Zapatero y Rajoy se trasladó a los escaños. El momento más tenso se produjo cuando el diputado del PSC Joan Canongia llamó «cabezón» a Rajoy, según escucharon varios diputados del Grupo Mixto que están justo en la fila de abajo.

Algunos diputados del PP, más alejados, entendieron «maricón», y montaron en cólera, lo que obligó al presidente del Congreso, José Bono, a pedir orden y respeto a los oradores. Durante el debate, varios diputados del PP pidieron a gritos la dimisión de Zapatero y alguno incluso arrancó a cantar aquello de «yo soy español, español, español...»

Quien esperase un balance sobre el estado de la Nación por parte del presidente del Gobierno se encontró ayer con que su prioridad ahora parece ser salir del lío del Estatuto de Cataluña, tras prometer durante años que era plenamente constitucional, y sin embargo resultar que la columna vertebral de esta ley chocaba de plano con la Carta Magna. Zapatero se esforzó por parece magnánimo con Cataluña —de donde proceden los 25 diputados del PSC, que le dieron la victoria en las elecciones generales de 2008—, y de mostrar al PP como partido anticatalán, con lo que buscaba un nexo de unión con los nacionalistas y la izquierda de la Cámara. A ello se dedicó a fondo.

«El Tribunal ha dictado su sentencia. La acato, la cumplo y la haré cumplir», señaló, pero acto seguido aseguró que el Tribunal Constitucional ha respaldado «globalmente la constitucionalidad del Estatut», algo que choca con la reacción del presidente de la Generalitat, José Montilla, y de la mayoría de los partidos en aquella Comunidad Autónoma. En todo caso, Zapatero no dejó de enviar guiños a los nacionalistas-socialistas catalanes y se comprometió a desarrollar el Estatuto, porque su Gobierno «no teme la fuerte identidad política de Cataluña». «¡¿Y la crisis, qué?!», gritaron impacientes desde la bancada del PP, al observar que el jefe del Ejecutivo se alargaba sin entrar en el principal problema.

Dos «zapateros» diferentes

Más allá del Estatuto de Cataluña, que ocupó buena parte del debate, el presidente Zapatero de este Debate 2010 no tuvo nada que ver con el presidente Zapatero del Debate 2009. Las contradicciones son continuas, y algunas muy llamativas. Ahora pide un acuerdo dentro del Pacto de Toledo para elevar la edad de jubilación hasta los 67 años, pero en mayo hizo añicos ese Pacto al aprobar unilateralmente la congelación de pensiones.

Hace un año puso sobre la mesa una Ley de Economía Sostenible que iba a ser el motor de la recuperación económica, y un año después no se sabe nada de ella, sólo que no se aprobará antes del verano, como prometió el Gobierno. Eso sí, desde el año pasado, hay un elemento que no falta nunca en los discursos de Zapatero: el coche eléctrico. El presidente del Gobierno está muy empeñado en un asunto que lo pone como ejemplo claro de la nueva economía a la que aspira, pero algunos portavoz ya se lo toman a broma.

«¿Cómo se puede confiar en una persona que dice una cosa y la contraria y luego le echa la culpa al mundo y a la oposición?», se lamentó Rajoy, quien subrayó que el principal problema de Zapatero es la falta de confianza: «No es posible creer en usted». Zapatero replicó que la confianza la dan los ciudadanos en las urnas: «Y nosotros tenemos mayoría», subrayó. De paso recordó a su oponente las derrotas de 2004 y 2008.

Todos los portavoces tuvieron ayer motivos de crítica a Rodríguez Zapatero, quien tuvo poco éxito en sus llamadas al acuerdo, pese al cortejo descarado que practicó con CiU y PNV.

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