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Local / OPINIÓN

La toma de la bastilla

Día 10/07/2010 - 19.24h
LA del alba sería del pasado martes cuando en el palacete de la Castellana la vieja mesa de nogal se hallaba casi cubierta por un plano desplegado de la ciudad de Alicante. Los allí presentes iban colocando pequeñas señales en él que correspondían al despliegue que se preparaba, con una meticulosidad que muchos de los presentes habían visto en el cine en relación con el desembarco de Normandía. Acabada la previsión estratégica, los teléfonos hervían de órdenes, y una de ellas llegó a la unidad policial en la que servía Jorge. Apenas había salido de la academia y éste era su primer destino, Alicante, ciudad en la que nunca pensaba verse envuelto en una operación importante. Pero, ésta lo era, ¡vaya que sí! Su fino instinto policial le hacía pensar, mientras sus compañeros y él llenaban las furgonetas de pertrechos (chalecos antibalas, armamento con su munición, cascos, gases lacrimógenos, etc), que iban a participar en algo gordo. ¡A la Diputación!, ordenó firme el comisario principal. Y una ristra incontable de furgonetas enfilaron con órdenes estrictas la vieja avenida de la estación, con la misión de rodear el palacio provincial: calle Alemania, calle de Portugal, la del médico Pascual Pérez y la propia avenida debían quedar bloqueadas, sin que siquiera un roedor pudiera entrar o salir por ellas.
La cosa estaba muy clara para los agentes que viajaban en la «lechera» cuya sirena ululaba enloquecida: seguramente el palacio de la corporación había sido asaltado por algún comando terrorista, o acaso Al Qaeda. Discutían los agentes, pero en algo estaban de acuerdo y era que se trataba de un tema fuerte, muy fuerte, porque desde la toma del puerto de Alicante por el general Gambara no se había visto un aparato militar semejante. Llegados al escenario táctico, se desplegaron todos, pero observaron con asombro cómo no se les hostigaba desde las ventanas con fusilería alguna, ni con fuego de mortero. Al contrario, todo estaba herméticamente cerrado por el calor, mientras las hélices de los acondicionadores de aire giraban frenéticas, y de la orden de registrar a todo quien entrara y saliera del edificio, sólo obtuvieron revisiones rutinarias de bolsas «delcorteingléscercano» con chucherías y elementos de higiene íntima femenina para resolver la inesperada llegada de la Luna. Nada, un fiasco. Ni droga, ni explosivos, ni siquiera acopio de «yuanes», la recién revaluada moneda china.
El desencanto fue total. Al final, se supo que se trataba de recoger unos expedientes que igual se podían haber reclamado mediante oficio del juzgado. En todo caso, a Jorge y su compañero Emilio siempre les quedará la foto de prensa, tomada de abajo arriba, donde aparecen aguerridos en la puerta de la dipu, piernas abiertas virilmente, y los brazos remangados en jarras sobre sus caderas. ¡Con razón llaman Cándido a quien ha montado todo esto!
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