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Heysel, la masacre que cambió el fútbol

Día 19/10/2015 - 13.19h

Se han cumplido 25 años de la final de la Copa de Europa entre el Liverpool y la Juventus que acabó con la vida de 39 aficionados a causa de violencia desatada por los hooligans ingleses

Se han cumplido 25 años de la «tragedia de Heysel», la sangrienta final de la Copa de Europa entre el Liverpool y la Juventus que acabó con la vida de 39 aficionados e hirió a otros 600, a causa de una avalancha provocada por la violencia desatada por los hooligans ingleses.
REUTERS
Un hincha trata de salvar la vida a un amigo tras la avalancha de Heysel
La portada de ABC, sobre la imagen de decenas de personas tendidas sobre el césped y las gradas, hablaba de «dolor y vergüenza» en Europa ante una tragedia que conmocionó al mundo entero, pero que no era ni mucho menos un hecho aislado, sino el punto culminante a varios años de gravísimos episodios de violencia protagonizados por los aficionados radicales ingleses.

«Asfixias, pisotones, cráneos rotos y hierros que atravesaron cuerpos fueron las principales causas de las muertes», aseguraba el periódico.

Los ánimos estaban muy exaltados en los alrededores del Estadio de Heysel, y en toda la capital belga, el 29 de mayo de 1985. La final había sido interpretada por los medios de comunicación como un duelo entre el fútbol inglés (cuyos equipos habían ganado siete de la últimas ocho copas de Europa) y el fútbol italiano (campeón del Mundial de España con un equipo con seis jugadores de la Juve en el once titular).

Durante toda la mañana Bruselas había sido víctima de altercados provocados por los hooligans: mujeres víctimas de vejaciones sexuales, peleas, destrozos en bares y vehículos o robos de escaparates, como una joyería en la que robaron, rompiendo la vitrina con una mesa, 25 millones de pesetas. «Los hinchas británicos dejaron el centro de Bruselas como si una horda de salvajes hubiera pasado por allí», decía la crónica del corresponsal.

A botellazos y navajazos

Los incidentes en el estadio comenzaron cuando un grupo de hooligans atacó a otro de «tifosis», desencadenando una autentica batalla sangrienta en la que no faltaron navajas, botellas, barras de hierro, piedras, trozos de alambrada y cualquier objeto susceptible de convertirse en un arma.

En un momento determinado, los radicales ingleses derribaron la valla metálica que separaba a las dos hinchadas en «una carga que fue impresionante». Los italianos se replegaron hacia las paredes ante la acometida inglesa, produciéndose allí la mayoría de los muertos al quedar aprisionados y aplastados por la muchedumbre contra la gradas, «en un infernal e incontrolable movimiento de masas».

No hubo suficientes efectivos para rescatar a los cadáveres o socorrer a los heridos, y hasta faltaron sábanas para cubrir los cuerpos de las víctimas. «Algunos fueron amortajados con la bandera blanquinegra de su propio club».

La UEFA, sin embargo, decidió que se disputara el encuentro para evitar más víctimas, a pesar de la negativa del pleno de jugadores y el cuerpo técnico de jugadores. Según el jefe de Policía belga y el alcalde de Bruselas, se tomó aquella decisión «para evitar una guerra civil».

La final se disputó con una hora y 25 minutos de retraso en un ambiente desolador y con algunos cadáveres todavía visibles en alguna zona del estadio.

Consecuencias de Heysel

La tragedia de Heysel tuvo consecuencias catastróficas para el fútbol en general, pues se extendió la idea de deporte violento y peligroso y se redujo considerablemente el número de asistentes en la mayoría de los estadios de Europa.

La FIFA tuvo que trabajar dura para recuperar el prestigio de este deporte. Eliminó de todos los estadios las zonas sin asientos, estableció criterios para evaluar el riesgo de los partidos, se comenzaron a realizar cacheos, se instalaron cámaras de vídeo, se prohibió la venta de bebidas alcohólicas en el interior de los estadios, así como la introducción de todo tipo de elementos rígidos que pudieran ser utilizados como armas arrojadizas.

Otra medida importante, quizás la que más, fue conminar a los clubes a que dejasen de colaborar y financiar a los grupos ultras más violentos.

A todas estas medidas hubo que sumar las sanciones. Al Liverpool se le prohibió participar en competiciones europeas durante diez años (luego se rebajó a seis) y el resto de clubes ingleses cinco.

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