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La redención de Zapatero

EL diálogo social, una hermosa teoría de infeliz realización practica, ya no da más de sí. Los empleadores y los empleados siguen enraizados en el estéril páramo de unas relaciones laborales insostenibles que vienen del pasado y que, de hecho, se sustentan normativamente en las concesiones que Francisco Franco hizo a los trabajadores a cambio de su renuncia al ejercicio de las libertades ciudadanas. En consecuencia, forzado por la presión internacional, José Luis Rodríguez Zapatero se ha visto forzado a abandonar el quietismo político, en el que lleva instalado media docena de años, y nos anuncia que el próximo día 16 el Consejo de Ministros alumbrará la reforma laboral que no han podido pactar los «agentes sociales», otra entre las muchas entelequias que cursan con cargo al Presupuesto.

El estilo que define a Zapatero es el del aplazamiento. Dejar que las situaciones, incluso las que demandan solución urgente, se pudran en el calendario le ha dado buenos resultados electorales y el precio, que es altísimo, tiende a pagarlo la oposición y, concretamente, el PP de Mariano Rajoy. El presidente turnante de la Unión Europea, conminado por sus presididos, tendrá que mojarse y dibujar una reforma laboral. Dado que el gasto ya está hecho y que los sindicatos tendrán que hacer algún gesto de protesta para salvar las apariencias frente a sus afiliados -¿cuántos están al corriente en el pago de sus cuotas?-, el presidente, que ha tenido que tragarse su afán planetario, bien podría aprovechar la circunstancia para no aliviar el problema con un gesto, una solución menor inspirada en el temor a una huelga general.

España necesita, desde los últimos años del desarrollismo franquista, una profunda reforma laboral que sea concordante con los usos establecidos en la Europa a la que, se supone, aspiramos a parecernos. No debiera, en consecuencia, sacrificar la profundidad de los cambios estructurales capaces de generar y mantener el empleo -llevamos más de treinta años con el doble de paro de la media continental- en aras de una hipotética «paz social», algo demasiado impreciso. Con la vista puesta en el interés de la Nación y en el futuro de los españoles, Zapatero tiene una última posibilidad de redención de los muchos y grandes errores que nos han conducido a la situación presente. Si no la aprovecha, asistiremos a su suicidio político. ¿Una pena?

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