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¡Váyase, señor Zapatero!

ANTES, cuando las lluvias torrenciales o los ríos desbordados inundaban una determinada población, era costumbre marcar el punto alcanzado por las aguas. Hasta aquí llegó el nivel en las catástrofes de tantos del tantos de mil y tantos. Traslado la práctica a la política, habría que instalar en el Congreso de los Diputados una placa en la que, con fecha de ayer, pudieran leer las generaciones venideras, bajo una reproducción del BOE en el que el Gobierno anula la restricción crediticia a los ayuntamientos publicada en el BOE de anteayer: «Hasta aquí llegó la incompetencia de José Luis Rodríguez Zapatero en el Gobierno de España».

Si es que lo tuvo alguna vez, el presidente ha perdido el oremus. Lo mismo anuncia que no habrá trasvases que los autoriza, de igual manera promete aprobar un Estatut según el criterio del Parlament que lo enmienda, tan pronto amenaza «a los ricos» con un nuevo impuestos que se olvida de ellos, promete no tocar las pensiones y las rebaja... Si José María Aznar tenía razones para acuñar el grito que le valió las llaves de La Moncloa -«¡Váyase, señor González!»- las razones que hoy apuntan la caducidad del jefe del Ejecutivo, el riesgo de su permanencia, son tan grandes que, en la medida en que el Congreso sea verdaderamente representativo, un coro de diputados, al estilo del Orfeón Donostiarra, debiera entonar al unísono: ¡Váyase, señor Zapatero! El problema es tan grave y tan evidente resulta el desgobierno que la responsabilidad política, y ética, comienza en las filas del PSOE, las que le sostienen y avalan. ¿No habrá nadie capaz, más fiel al socialismo que al de León, que quiera que, después de más de un siglo, el partido siga siendo válido para España?

No estamos ante un problema ideológico ni, tan siquiera, ante un contraste de programas diferentes con que atajar la crisis y sus demoledores efectos. No. Esa situación ya la hemos sobrepasado. Tenemos a la vista un líder capaz de decirle a sus alcaldes que todo va bien, de anunciar después una limitación crediticia municipal y, a continuación, revocar esa disposición. Es decir, tenemos delante a un líder que está grogui y se mueve por el cuadrilátero presidencial dando tumbos y diciendo despropósitos. El personaje ya se ha dado a la fuga y nos ha dejado como sustituto un muñeco animado que sonríe. ¿Es responsable mantener el muñeco al frente del Gobierno del Estado?

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