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El farfollo y la nación india

SI quedaban dudas sobre la verdadera utilidad del Senado, el esperpento de ayer confirma que la Cámara Alta se ha convertido en un pesebre con piscina y solarium, el club social donde deponen los múltiples virreyes, chulos de taifa y agregados que disponen de asiento, ... derecho o turno de réplica en la institución, tan remozada como obsoleta, inútil y prescindible en sus funciones. Pretendido parlamento de representación territorial adaptado a la España artificial, se abrió al presidente de la Generalitat catalana, quien se erigió en el «Sitting Bull» de la Nación India, el jefe nativo de una piel de toro a subasta entre navajos, pies negros, arapahoes y los últimos mohicanos. A todos ellos se dirigió Montilla y a cada uno en su lengua. Sólo le faltó tocarse con las plumas típicas de cada tribu: chapela, boina, barretina y el paraguas gallego. Cuando lo único que se pretende es no hacer el ridículo puede llegar a hacerse historia, pero cuando lo que se quiere es hacer historia, se acaba siempre por hacer el ridículo, que es lo que le pasó a Montilla, chapoteando en lenguas ininteligibles hasta para los traductores formados en las ikastolas, escolas y colegios de tres décadas de desastre educativo nacional. Lo de menos era el guión, una turbia y torpe maniobra para derribar el Tribunal Constitucional y aposentar el absurdo jurídico de que la soberanía nacional es divisible, que una parte puede decidir por el todo y que la nación es un conjunto de naciones cuyo pasado es una entelequia y cuyo futuro depende de los caudillos forales.

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