Bangkok mantiene el toque de queda en el país tras la represión en la capital

Además de en Bangkok, la violencia se ha desatado en otras provincias como Chiang Mai, Udon Thani y Khon Kaen, donde miles de partidarios del ex primer ministro Thaksin Shinawatra, depuesto por una asonada militar en 2006, han quemado y destrozado edificios públicos.

Algo que no resulta de extrañar porque el populista Thaksin, nacido precisamente en Chiang Mai, gestaba sus arrolladoras victorias electorales comprando los votos a los campesinos en sus mítines por dichos lugares.

Todo lo contrario de Pattaya, la meca del turismo sexual tailandés, que anoche se convirtió en la primera ciudad del país donde fue levantado el toque de queda para que los viajeros pudieran seguir abarrotando los bares de alterne y los clubes de «strip-tease» donde las chicas bailan en «top-less».

Con el propósito de apaciguar los ánimos, el primer ministro, Abhisit Vejjajiva, ha prometido una investigación para aclarar los disturbios que han sacudido a Bangkok durante estos dos últimos meses, en los que han muerto 83 personas y 1.800 han resultado heridas.

Promesas en el aire

En un caso insólito a la hora de aplacar disturbios callejeros y más propio de guerras como la de Bosnia y Herzegovina, muchas de ellas fueron disparadas por francotiradores del Ejército apostados en los rascacielos que abrían fuego seleccionando a sus objetivos.

Aunque Abhisit ha tendido la mano a la reconciliación, no ha aclarado si depurará responsabilidades políticas por estos crímenes ni si adelantará las elecciones al 14 de noviembre, como había prometido antes de que se rompiera el acuerdo con los «camisas rojas» y estallara de nuevo la violencia.

«Tenemos un plan de reconciliación de cinco puntos basado en los principios de participación, democracia y justicia, que incluye reformas económicas y en los medios de comunicación para reducir las divisiones sociales en Tailandia», aseguró el primer ministro en un discurso emitido por televisión, en el que reconoció los «enormes retos» a los que se enfrenta el país para superar la fractura abierta.

Ahora todo depende de la respuesta de los «camisas rojas», que pertenecen a los estratos más bajos de la sociedad tailandesa y acusan al Gobierno de usurpar el poder apoyándose en el Ejército, los jueces y las clases medias y altas urbanas. Pero esta lucha de clases por la democracia es aprovechada por políticos corruptos y grandes empresarios, que utilizan a uno y otro bando para hacerse con el poder y repartirse sus beneficios.