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Menos dichos y más hechos

PARA demostrar lo que Baura tiene dicho, que la demagogia es la única práctica política verdaderamente ambidextra, Esperanza Aguirre ha lamentado que los pensionistas sean víctimas del recorte del gasto público diseñado por el Gobierno. «Creo que es más justo, dijo la presidenta de la Comunidad de Madrid, reducir gasto en TVE». Eso es como comparar el culo con las témporas, pero está muy bien la preocupación por el bienestar de los viejecitos. Aguirre, lo ha repetido muchas veces, asegura ser partidaria de privatizar Telemadrid y de hacerlo «por subasta». No lo hace, en ejercicio de cabal renunciación -pobrecita-, porque «lo prohíbe la Ley de terceros canales que hizo el PSOE».

Cierto es que la normativa vigente en materia audiovisual es tan ramplona como protectora de las televisiones públicas, sea cual fuere su ámbito de emisión; pero si se considera que, todas en su conjunto, despilfarrarán este año cerca de tres mil millones, mucha tela, sería cosa de tomar medidas, especialmente en Madrid, en donde el espectador de la tele autonómica sale más caro que en cualquiera de las otras de su género. Hoy por hoy no se puede privatizar Telemadrid. Cierto. ¿Alguien acudiría a una subasta que no ignorara la tremenda inversión que acarrea el invento? Lo que no impide la ley es el cierre inmediato de un medio tan inútil y sectario lo que, quizá, podría servir de ejemplo a sus equivalentes en toda España.

Cuando se tienen el poder y la voluntad de hacer algo no se deben inventar pretextos justificatorios para no hacerlo. Aguirre debiera recordar a uno de sus antecesores liberales, Ramón María Narváez, que fue siete veces presidente del Consejo de Ministros. En uno de ellos, uno de sus subordinados se oponía a solidarizarse con la mayoría y llegó a decir, altanero y provocador, que «antes de firmar una medida de tal naturaleza -naturaleza que no hace al caso- me dejaría cortar la mano derecha». Más en su condición de generalote que de jefe del Ejecutivo, respondió Narváez: «Usted no se corta ninguna de las dos manos; con la derecha firmará la disposición y con la izquierda me tocará usted los pelendengues». Firmó.

Con algunas modificaciones de estilo, Aguirre podría poner fin, al modo de Narváez, a la sangría económica de su televisión. Lo de «si por mí fuera» ya le está quedando largo y contradictorio. El poder es para ejercerlo en beneficio de la mayoría. Ya.

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