El tenebroso fin del camino
JOSÉ MANUEL CUÉLLAR
Las historias de abuelos son tristes, casi siempre. Abandonados por los hijos, huidos los nietos a escape, sin nadie con quien hablar y finalizando sus tristes días en una habitación solitaria. Es por eso que les hablan en los metros a los desconocidos, aunque sólo sea para oír el propio sonido de su voz, ausente de sí mismos durante semanas. A uno se le saltan las lágrimas.
Esta es una historia de esas, bien narrada, con cierto tono entrañable pero estropeada al final con un término apacible, feliz, impropio de nuestros días. Una mentira piadosa que en los tiempos de hoy, duros tiempos, nadie cree. Suena a engañifa, a final de productora.
Y es una pena porque el desarrollo anuncia realismo y drama del bueno, del que se produce un día sí y otro también, minuto a minuto, segundo a segundo. El triste sino de nuestros días donde la piedra en la cabeza y los cuerpos sin corazón reinan en las calles.
Pero es una historia bonita. Forzada la cerradura con amistades que se traducen instantáneamente en amor por rigor del tiempo y el guión. Un relato irreal pero bonito.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete