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Lo que iría de Cameron al PP de Rajoy

PARA contrarrestar el viejo vicio nacional de leer todo lo externo en clave interna es aconsejable extrapolar tan sólo un poco. Hay quien suspira por un Sarkozy español; otros quisieron en La Moncloa una calcomanía de Tony Blair. Pasa algo en los Balcanes y al acto lo extrapolamos a la política vasca. En el caso de las elecciones británicas recientes, las diferencias son de más peso que los elementos convergentes: incluso así, de la victoria sin mayoría absoluta de David Cameron alguna lección se deduce para el PP de Rajoy. Extrapolemos, sólo un poco.

Los laboristas llevaban trece años en el poder, mientras que el zapaterismo llevará ocho cuando llegue, si llega, al final de su segundo mandato. Es decir, cuando el PP tenga su oportunidad para la alternancia y el gobierno. Trece años de laborismo transcurren en dos fases distintas: el blairismo y Gordon Brown en Downing Street y, en términos económicos, un período inicial positivo que luego entra en un quehacer tan dispendioso que alcanza un déficit público del 12 por ciento. En España, Zapatero quema o posterga a todos sus rivales internos, cierra mal la herida del 11-M, trunca una política exterior encaminada, pretende aproximarse a ETA y, económicamente, vive de los beneficios que le legase el PP. Ahí, en el PP, los efectos políticos de la derrota después del 11-M resultan inasimilables por largo tiempo, con lo que sustituir a Aznar por Rajoy tuvo difícil sedimentación, al menos hasta el segundo mandato de Zapatero.

En ese segundo mandato, la oquedad política del zapaterismo queda muy expuesta. Zapatero gana sus segundas elecciones negando una crisis que dos años más tarde tiene en el paro a casi cinco millones de españoles y nos sitúa entre la espada y la pared, con fuertes presiones de la eurozona. Mientras, Rajoy ha ido estabilizando su liderato, con un entorno nuevo, y se hace con el partido en el tan difícil equilibrio entre continuidad y renovación, sin poder evitar siempre que facciones internas intentasen descabalgarle. Lo cierto es que al trayecto «tory» en esos trece años de laborismo ha sido aún mucho más accidentado. John Major pierde el poder en 1997 y, como líder conservador, le siguen consecutivamente Hague, Iain Duncan Smith y Howard. Luego se impone el joven David Cameron, con dudas por parte de la vieja guardia y la opinión pública. Cameron emprende la rara emulsión de sentido centrista, thatcherismo y nuevo «look». Lo que no cambia es el euroescepticismo.

En comparación, ¿está el PP adaptándose a los nuevos modos sociales y costumbres? ¿Distingue entre lo permanente y el lastre deleznable de la derecha vetusta? ¿Ha conseguido hablarles a las nuevas generaciones y que le entiendan? La recesión económica afectará a los comportamientos de los años venideros, al lenguaje, a la práctica de la cohesión y la confianza. Aun sin alcanzar la mayoría absoluta, algo de eso ha logrado David Cameron para optar al 10 de Downing Street si se entiende con los liberales-demócratas. Ese paso no estaba ensayado. Anda por en medio todo el sistema electoral, puesto que los liberales-demócratas quieren sustituir el sistema mayoritario por una cierta proporcionalidad.

En una tesitura semejante, e incluso más peliaguda, puede verse el PP si después del recuento de las elecciones generales requiere de algún pacto con CiU. Se opondrán sectores de la derecha que, en su caso, ya asumieron con recelo los pactos del Majestic que Aznar firmó con Pujol. Estará por en medio la sentencia del TC sobre el «Estatut». En general, reformular el centro-derecha acentuando el centro no se consigue en una sesión de maquillaje.

www.valentipuig.com

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