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El falso Maquiavelo

Manejo estos días esa especie de panegírico disfrazado de travieso panfleto, llamado «El Maquiavelo de León», dedicado a glosar la vida y andanzas del presidente Rodríguez Zapatero. Pudiera pensarse que tras semejante título se escondería una suerte de inmisericorde envite contra la extraña personalidad del líder socialista, no obstante, la diatriba resulta al final tan ligera y laudatoria que más parece que el maquiavélico sea el autor, José García Abad, que el sujeto del análisis, pues parece García Abad más dispuesto a obtener una condescendiente sonrisa en el rostro de su biografiado que una reprimenda admonitoria a través de la gruesa y bien alimentada prensa del régimen.

Y en esto bien que se asemeja el autor a Nicola Maquiavelo. Al fin, El Príncipe, la obra más inmortal del pensador florentino, resulta ser poco más que la apresurada recopilación de una serie de avisos políticos destinados a ganar la voluntad del nuevo señor de Florencia, Lorenzo de Medici, a fin de hacerle olvidar, con poco éxito por otra parte, ciertas molestas lealtades que había sostenido quien fuera su secretario en el pasado.

Pero el esfuerzo no resultó baldío del todo, la apología maquiaveliana del gobierno práctico y sagaz dejó para la posteridad verdaderas perlas políticas que radiografiaban muy exactamente tanto lo que ocurría en la Italia del primer Cinquecento, como lo que había de venir; donde cualquier gobernante que pretendiese obtener el éxito en su tarea, debería cultivar antes el arte de lo posible, la razón de Estado y la justificación de los medios por el fin que se pretende, que la cristiana virtud o cualquier otra consideración de orden moral. Un atinado pesimismo antropológico que, además, aconsejaba al príncipe buscar por el medio que fuese el favor de su pueblo, con esto, el poco respeto a la palabra dada y un cierto favor de la fortuna, la conservación y engrandecimiento del Estado permanecería razonablemente asegurada.

De este modo, comparar la sagacidad maquiaveliana con la política más bien simplona y profundamente ideologizada de Rodríguez Zapatero resulta casi una burla histórica. Nada tiene que ver la fineza del florentino con un gobierno esclavizado por un líder incapaz de abandonar tres o cuatro principios ramplones mal aprendidos y peor asimilados en la edad universitaria. Y es que con estas cosas de la ideología pasa que una vez que se aprenden los principios, cuesta mucho abandonarlos, a algunos les ocupa años, otros no cambian en la vida.

Tengo para mí que Zapatero pertenece a esta última e irredenta categoría: ese creer, por ejemplo, que todo acontece en estricto cumplimiento de ciertas leyes sociales inalterables, que la historia siempre se repite, que no hay nada que el ingenio humano pueda aportar al respecto, certifica que Rodríguez Zapatero padece el sarampión del dogmatismo marxista. Marx, o al menos su personal interpretación, habita vivo y muy lozano en su ánimo, y cada día que pasa nos ofrece una nueva muestra de ello. Es así que si existe en la historia ejemplo de personajes verdaderamente antagónicos, Maquiavelo y Zapatero encabezarían la lista, nada dista más del pragmatismo que el suicida idealismo que practica nuestro presidente.

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