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Crónica de un encontronazo

ABC Elena Anaya y Natasha Yarovenko, amor tórrido en una «Habitación en Roma»

Habitación en Roma

((( Espalña 2010 108 min. Género-Drama Director_Julio Medem Actores-Elena Anaya, Natasha Yarovenko, Enrico Lo Verso, Najwa Nimri

E. RODRÍGUEZ MARCHANTE

La fugacidad es un concepto de métrica imposible, y si va unido a palabras como vida o a sentimientos como el amor, el resultado es inevitablemente un tópico: la fugacidad de la vida, la fugacidad del amor... Un tópico literario cuya conversión en imagen sólo puede ocurrírsele a alguien con un valor cercano a lo irreflexivo o una pretensión sin límites. Cualquiera de estas posibilidades le cuadran, en mi opinión, al cineasta Julio Medem, pues su cine siempre ha sido valiente y siempre ha sido pretencioso.

«Habitación en Roma» es la caza y captura de esa pieza recóndita e indescifrable que es el amor fugaz, y curiosamente se estrena esta película al mismo tiempo que otra que es el ejemplo extremo de lo contrario, el amor estable, inalterable, titulada «Noche loca». Son películas antípodas y en algún lugar remoto, en cambio, hablan de lo mismo.

Fugacidad del amor

La cámara de Medem, siempre tan codiciosa, siempre en el borde de algún precipicio, no se arredra ante la pretensión del director: ha de atrapar y transmitir esa idea de fugacidad y potencia (pasión) del amor en una habitación de hotel (romano, y no de ningún otro lugar) y entre dos personas (mujeres, y no de ningún otro sexo), y realmente todo, la música, los fondos, las paredes y techos, las interpretaciones magníficas de Elena Anaya y Natasha Yarovenko, los diálogos impúdicos y el buen gusto general y absoluto de cada elemento busca casi con ansiedad que se vea en cuerpo y alma el fogonazo del amor, según aquí, la humareda de un golpe de nitrato que atrapa la instantánea de una noche de amor (también una noche loca, pero llena de sentido poético).

El riesgo de Medem no es sólo esa improbable caza y captura, sino también el hacer una película entretenida (el entretenimiento es una facultad del alma) con el material único de las revelaciones corporales y espirituales de dos mujeres en un único escenario. Hay un material anterior en el que, al parecer, se basa (otra película), pero es trivial aludirlo, porque Medem lo trasciende o lo multiplica por mil.

La desfachatez visual de Medem adquiere aquí (y en mi opinión, por primera vez) la liturgia de lo sublime, con las desesperantes imágenes de Cupido y hasta con la imagen caprichosa, sentimental, hiriente, del flechazo; así como el diálogo histórico y emocional de dos cuadros enfrentados, o de una música que a veces cautiva y otras irrita, como el propio amor por muy fugaz que sea.

Sobre el trabajo, en pelotas, de las dos actrices sólo se puede decir que pocas veces la carne estuvo tan al servicio del sentimiento. Lo demás será sólo ruido.

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