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Ortega Cano, una faena para el recuerdo

El diestro grabó aquella corrida de 1985 en la memoria de los aficionados, con una de las técnicas más depuradas que se recuerdan en Las Ventas, toda «una página de la historia de la plaza»

Ortega Cano, una faena para el recuerdo

«Lo de Ortega Cano es más que un triunfo de orejas. La faena de hoy es ya una página de la historia de la plaza de toros de Las Ventas». Así se refería ABC a la décima corrida de la Feria de San Isidro de 1985, que el maestro de Cartagena se encargó de grabar en la memoria de los aficionados mediante una de las técnicas más hermosas y depuradas que se recuerden.

«Una faena para el recuerdo», titulaba la crónica de una corrida que no empezó nada bien a causa de los toros de Ramón Sánchez y Francisco Martínez Benavides . Unos toros que los aficionados consideraron «chicos desde que asomaron el morro por el chiquero» y a los que se recriminó, «a grito pelado, la falta de fuerzas emparejadas al tradicional geniecillo del toro de esa casa».

El público se desgañitaba ante unos morlacos que estuvieron a punto de matar la tarde, hasta que, «menos mal», se sustituyó a un toro cojo de Martínez Benavides por un sobrero de la misma ganadería. Fue como un destello de luz en una tarde que sólo anunciaba sombras. «Tendría que salir este nuevo toro para que se produjera la hermosura impar del arte de torear llevado a sus últimas consecuencias».

Las Ventas era un auténtico hervidero de público ansioso de una buena faena: «Ortega Cano no se anduvo por las ramas. Abrió su obra en los medios, y allí fue creando una de las faenas mejor elaboradas desde el punto de vista técnico que recordamos en la plaza de Madrid. Qué nadie piense que no hubo arte. Ya lo creo que lo hubo, pero lo principal fueron los cimientos sólidos en que se debe basar la belleza del bien torear».

El sentimiento de Ortega Cano

El sentimiento que mostró aquella tarde el que diez años más tarde se convertiría en el marido de Rocío Jurado no se perdía en el aire, sino «mecido en el arrastrar de la muleta a cámara lenta –describía el crítico de ABC–, sabiendo donde dejaba la última embestida para casarla con la siguiente».

El animal se fue envalentonando por momentos, sacando todo el brío del que era capaz, como si el diestro le estuviera tomando el pelo o quisiera demostrar a quienes le habían dejado como sobrero que se habían equivocado. Pero Ortega Cano se fue haciendo con él, hasta el propio morlaco disfruto «siguiendo aquel lentísimo recorrido del lienzo rojo como si supiera que estaba contribuyendo a crear belleza y a encumbrar a un hombre que se ha levantado a pulso después de mil sacrificios».

Una fea colocación de la espada le privó de una segunda oreja que no deslució su ovación y vuelta al ruedo. Todo el mundo habló los días siguientes de aquella histórica faena. «Ha toreado excepcionalmente», dijo el periodista Ricardo Díaz-Manresa ». «Me ha gustado la corrida, y mucho más Ortega Cano, que ya lo tengo en mi lista», aseguró el empresario de Sevilla Diodoro Canorea , sobre un torero que aquella tarde salió del montón para convertirse en maestro, situándose el año siguiente en las primeras posiciones del escalafón de matadores.

«Hoy –concluía ABC– nos quedamos con el buen sabor de un torero, que no es cosa de todos los días».

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