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Sensaciones

HAY una «cierta sensación», como diría Zapatero, de que el Gobierno no puede con esto. De que está desbordado por las circunstancias y va a remolque de los acontecimientos. De que la crisis se le ha ido de las manos y todo lo que puede ir mal va mal. Quizá se trate sólo de una sensación, pero una sensación creciente en intensidad emocional y profundidad sociológica. Aunque las sensaciones son siempre subjetivas, pueden volverse subjetivamente generalizadas. Una multitud de subjetividades en la misma sintonía constituye un estado de opinión, y entonces la «cierta sensación» se convierte en sensación cierta.

Al presidente le han dicho sus economistas de cabecera que hay indicios objetivos de recuperación económica -las ventas de coches o de pisos, el leve repunte del consumo y la publicidad- y en su optimismo patológico se agarra a ellos para situarse a contracorriente de la pujante impresión colectiva de desastre. Su problema consiste en que nadie le cree porque decía lo mismo cuando la realidad lo desmentía con una terca evidencia. Ocurre, además, que sólo contempla lo que desea ver, una actitud profundamente subjetiva. No acepta que sus políticas de gasto sostenido han comprometido la deuda y multiplicado el déficit, creando un problema añadido a la muy objetiva existencia de una recesión que también se empeñó en negar desde su particular subjetivismo. Es posible que incluso tenga «una cierta sensación» de mantener el control, percepción contradictoria con la extendida creencia de que el país carece de mando, liderazgo y gobernanza.

En todo caso, las sensaciones van por barrios. Las agencias internacionales de calificación, por ejemplo, sospechan que España ha dejado de ofrecer garantías de pago de su deuda. En consecuencia, han rebajado nuestra solvencia a la segunda división, esa inquietante categoría en la que un país desarrollado empieza a parecerse a Grecia. Esto es otra sensación, por supuesto, con un importante margen discrecional, pero las Bolsas y los mercados son muy sensibles a según qué efectos, y la gente que presta el dinero -esos tipos llamados despectivamente especuladores que compran los bonos para obtener beneficios a su vencimiento- se pone muy quisquillosa cuando tiene dudas sobre la posibilidad de recuperarlo. Las tasas reales de paro, productividad o déficit, que provienen de modelos de medición efectuados con una objetividad razonable, no avalan percepciones optimistas ni dan lugar a corazonadas emocionales.

De modo que hay una cierta sensación, en efecto, de que las cosas van muy mal y nos estamos viniendo abajo. No la comparten, desde luego, los sindicatos y el círculo pretoriano de Zapatero, pero en la socialdemocracia ilustrada hay serias grietas de confianza. Muchos militantes, dirigentes, votantes y simpatizantes de izquierda empiezan a tener también la cierta sensación de que sus expectativas de poder necesitan un recambio.

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