Atrapada en Milán
Un viaje fugaz para asistir a la reaparición de Plácido Domingo en La Scala de Milán se convierte en un periplo de cuatro días
Cuando escribo estas lineas estoy sentada en un tren regional que va a La Spezia, no estoy muy segura de si llegará a las cuatro o a las seis de la tarde. Me he subido sin billete, pues en las taquillas colapsadas han recomendado hacerlo así, y pagarlo una vez en él. Eso dice un señor vestido con chaquetilla verde, mientras que otro, ya en las vías, vestido de azul, amenaza con cobrarte una multa de 50 euros. Ya se verá, pienso.
¿Para ir a Livorno?, le pregunto. «El tren La Spezia sale a las 12,05», me responde. Antes intenté comprar el billete en las máquinas automáticas, que me remitieron a las taquillas. Y de allí al tren. En el tren he conocido a María Grazia. Acaba de llegar de Madrid, donde ha ido a conocer a una nieta recién nacida. Lo ha hecho en uno de los tres vuelos que han podido aterrizar en el aeropuerto de Malpensa, antes de que volvieran a cerrarlo. Ella también viaja sin billete. Nos hemos aliado para que no nos echen del tren: «No nos podrán tirar por la ventanilla, yo no me muevo de aquí», bromea. Tampoco estamos dispuestas a que nos cobren la multa. Gracias a Dios que ella habla italiano para negociar este litigio. Se trata de una emergencia internacional. No lo digo yo, lo dicen los periódicos. Por aire no, así que por tierra y mar
Lo que se prometía un viaje emocionante para ver la reaparición de Pácido Domingo en La Scala de Milán tras su operación de cáncer se ha convertido en una inquietante aventura ( para algunos resultaría una pesadilla). Con la vuelta prevista para el sábado por la tarde, el cierre de los tres aeropuertos de Milán lo hizo imposible. La única opción: cambiar el vuelo para el lunes (cuando estaba previsto que la situación mejorara y se abriera el espacio aéreo).
Mientras tanto había que buscar alternativas, por tierra o por mar. Yo he optado por combinar las dos. Parece más económico y también más interesante. Intento llegar a Livorno. En La Spezia buscaré otro tren regional que me lleve hasta allí, donde a las once y media de la noche tomaré un barco rumbo a Barcelona. Lástima que los 96 camarotes ya estén vendidos. Tendré que viajar en butaca toda la noche hasta la Ciudad Condal, donde llegaré a las ocho de la tarde del martes, si todo va bien... Allí, un oasis, me acogerán unos amigos, Pablo y Manel, en cuya casa dormiré y espero disfrutar de una buena cena y una cama. A las seis de la mañana del miércoles estaré otra vez en pie pues a las ocho tomaré un AVE hacia Madrid, donde pondré fin a este rocambolesco viaje.
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