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La línea roja entre uso y abuso

La protección de los espacios naturales trae efectos colaterales: salen en la prensa, sus tesoros van de boca en boca e, irremediablemente, se produce la invasión de visitantes. La clave está en buscar el equilibrio.
La línea roja entre uso y abuso
Uno de los vehículos que se utilizan en las visitas a Doñana transita por la playa junto a la desembocadura del Guadalquivir | MIGUEL BERROCAL
«Hace 25 años llegabas con el coche hasta el borde mismo del bosque, donde hay una explanada, y podías acampar. En otoño éramos cuatro gatos, pero si ibas un fin de semana fuera de temporada estabas completamente solo. Recuerdo una ocasión en que llovía y mis amigos y yo pasamos los dos días sin ver un alma. Ahora, para acceder con el vehículo al parque natural es necesario reservar con antelación (con mucha si es en otoño). Pero lo peor son las hordas de domingueros. Claro, que ellos pensarán lo mismo de mí». Luis Espinel, biólogo, había convertido en costumbre visitar cada año el hayedo de Tejera Negra, en Guadalajara, uno de los más meridionales de Europa, que crece en el valle glaciar del pico de la Buitrera.
Eso era en la década de 1980. Ahora le da pereza acercarse con sus dos hijas pequeñas, aunque sea caminando desde la vecina población de Cantalojas. No porque el lugar haya perdido un ápice de belleza, sino porque ya no es «su» hayedo, el que estaba a tiro de piedra de Madrid y conocía poca gente. En su radio de acción de la época estudiantil hay otros espacios naturales que, con el tiempo, han tenido que regular las visitas o endurecer sus normas porque han alcanzado demasiada popularidad. Lugares como el cañón del Duratón, las hoces del Riaza o el Alto Tajo.
Cuando la ecología saltó de las revistas especializadas a la prensa generalista no sólo se denunciaron desmanes, sino que se pusieron en el candelero las joyas de nuestro territorio, fueran conocidas o (casi) desconocidas. Que el turismo en España —tanto nacional como internacional— haya enterrado el tópico del sol y playa y las miradas se hayan vuelto hacia lo rural también ha influido. Rincones que eran «patrimonio» de un puñado de románticos montaraces son, ahora, de todo hijo de vecino, porque todo el mundo tiene derecho a disfrutar de ellos. Conocer es proteger, pero demasiado conocimiento obliga, si no a poner puertas al campo, sí a instalar una cancela para dar paso al personal de forma ordenada.
Un caso paradigmático de la presión social en favor de la naturaleza es Cabañeros. Paradojas de la vida: el tipo que arruinó a Narcís Serra, ministro de Defensa en la década de 1980, su plan para que este latifundio se convirtiera en polígono de tiro, estuvo al frente del mismo departamento años después. José Bono, actual presidente del Congreso de los Diputados, creó un parque natural en 1988 siendo jefe del gobierno manchego; cinco años después, solicitó la declaración de parque nacional. El 20 de noviembre de 1995 este paraíso quedó blindado para siempre. Del anonimato pasó a ser objeto de deseo. En la inmensa dehesa salpicada de encinas y protegida entre montañas que ocupa su parte central, el visitante se explica muchas cosas: sin duda este lugar era ideal para que los cazas del Ejército hicieran puntería y achicharraran los árboles centenarios, pero también lo es para que los amantes de la naturaleza se dejen atrapar por el asombro. Con reglas: el núcleo de Cabañeros no puede recorrerse por cuenta propia, y es necesario hacerlo en vehículos todoterreno de una cooperativa.
Crítica a las carencias
«En los últimos años los gestores de los espacios protegidos han hecho importantes esfuerzos en materia de uso público. Sin embargo, aún hay importantes carencias», señala Cristina Rabadán, técnico de red Natura 2000 de WWF España. «Por ejemplo, hay concentraciones de turistas muy difíciles de compatibilizar con la conservación en lugares como Picos de Europa, Ordesa o las hoces del Duratón. En muchos casos, el trabajo se reduce a la construcción de infraestructuras, como sendas y centros de interpretación, dejando a un lado la inversión en la conservación de las especies y los hábitats. El uso público debe mejorar sustancialmente, pues rara vez se hace un seguimiento de la afección o la evolución de los visitantes».
Según el último Anuario Europarc -España del estado de los espacios naturales protegidos (publicado en 2008), la mayor parte de estas reservas registra el número de visitas a los centros de interpretación, ya que representan el primer punto de contacto e información del público conel lugar. La media de visitas por centro se sitúa en unas 27.000 al año; en promedio, el 17,9 por 100 de los turistas utilizan estas instalaciones (que en su conjunto suman 225, más 212 puntos de información y 57centros de documentación). El 57 por 100 de los parques posee, al menos, un centro de visitantes.
La presión humana no es moco de pavo. El último dato disponible es de 2006: para los 164 espacios que aportaron este dato, es de 23.271.155 personas. La mayor parte llegan a parques nacionales (casi 11millones, de los que el 60por 100 corresponden a los situados en Canarias) y a parques naturales (al menos 11,6 millones a los 51 que ofrecen esa información). El 90 por 100 de las visitas se concentran en 24 parques. Cinco de ellos reciben casi 12 millones, más del 50 por 100 del total. Destaca el Parque Nacional de las Cañadas del Teide (con una afluencia que supera los 3 millones, lo que se explicapor su carácter de destino de agencias y operadores turísticos). Teniendo en cuenta los parques que no proporcionan estadísticas al respecto y realizando una estimación en función de la superficie que representan, el número total de visitantes debería situarse en una horquilla entre los 26 y los 36 millones anuales.
Control riguroso en EE.UU.
Parque Nacional Arches, Utah, Estados Unidos. Un grito de piedra coronado por dos mil arcos naturales. En la excursión a Delicate Arch, una de las postales más representativas de este paisaje sacado de otro mundo, un turista fuma un pitillo entre jadeo y jadeo: el calor sofocante y las rampas endurecen la marcha. De repente se topa con un guardia del servicio forestal que le echa el alto y le recrimina duramente que lleve un cigarro encendido. El turista mira alrededor y no ve más que un océano pétreo; a lo lejos, unos arbustos. Va a abrir la boca para protestar pero la mirada asesina del guardia lo disuade. Pide perdón, apaga el pitillo y se guarda la colilla y el orgullo en el bolsillo. «Podías haber acabado entre rejas si te pones tonto», comenta otro visitante que ha visto la jugada. «Aquí no se andan con chorradas».
Estados Unidos es pionero en la gestión de parques nacionales. Yellowstone, establecido en 1872, fue el primer parque nacional del mundo. En la actualidad existen 58, controlados por el Servicio de Parques Nacionales, una agencia federal que se creó el 25 de agosto de 1916 a través de una Ley Orgánica del Congreso. El acceso se cobra, pero los servicios que se ofrecen a los visitantes no tienen parangón, desde auténticos villages con centros de información, tiendas, restaurantes, hasta senderos para minusválidos. Las principales atracciones de cada lugar están perfectamente vigiladas. Los críticos piensan que el visitante es tratado como ganado. La realidad es que son legión los que se conforman con los dos o tres miradores esenciales del Gran Cañón del Colorado, el Old Faithful (el géiser más famoso de Yellowstone) o el General Sherman, la secuoya más espectacular del Giant Forest y el ser vivo con mayor cantidad de biomasa de la Tierra. Pero las posibilidades de los parques nacionales estadounidenses tienden al infinito siempre que se respeten las normas: miles de kilómetros de trochas donde la soledad es la principal de las compañías; para alertar a los osos de nuestra presencia conviene llevar atado un cascabel a la mochila.
El ejemplo de la SEO
Un caso de gestión diferente, a pequeña escala pero igual de riguroso, lo protagonizan algunas organizaciones de defensa de la naturaleza. Las ONG hacen un uso del espacio más abierto al público, participativo, que implica a la población local y a voluntarios y da visibilidad a los proyectos de conservación que se desarrollan sobre el terreno. La Sociedad Española de Ornitología (SEO) posee varias reservas, como la de Riet Vell, en el Delta del Ebro (Tarragona), El Planerón (Belchite, Zaragoza) y las Marismas Blancas en Cantabria. En Riet Vell, Ignasi Ripoll, encargado de las actividades de educación ambiental y de la reserva, convive con voluntarios de todo el mundo que ayudan con los cultivos del arroz ecológico y con las tareas de conservación de espacios recuperados. De las 56 hectáreas que posee la finca, 11 de ellas están ocupadas por una laguna y un pastizal salino, hábitats de especies limícolas y acuáticas —como anátidas y ardeidas—. «Unas cinco mil personas nos visitan cada año para observar aves, algunas de ellas emblemáticas de la zona, como el calamón o el avetoro, y comprobar in situ cómo se puede compaginar la protección con el aprovechamiento de la tierra», comenta Ignasi. «Existe un circuito que se recorre libremente, pero también es posible apuntarse a visitas guiadas a través de la web de la SEO». La mejor época para visitar el Delta del Ebro es a finales de septiembre y a primeros de octubre, cuando aún están las especies estivales y llegan las primeras invernantes. No hay una gran presión de público, ya que el sitio es discreto.
Castañar de El Tiemblo, Ávila. Otoño. La gente acude en masa no sólo para disfrutar de un paseo bajo el dosel amarillo y ocre, sino para hacer acopio de castañas. Dos vecinos vigilan las espaldas del «abuelo», árbol centenario rodeado de vástagos en cuyo tronco hueco podría vivir una colonia de gnomos. Les preguntamos por el cobro de una tarifa, algo que no se hacía antes. «La cosa se había desmadrado. Se esquilma un bien del municipio, por no hablar del deterioro por la llegada de tantos vehículos. Así que era necesario establecer ciertos controles», comentan. A poco más de una hora de Madrid, el castañar acabó convirtiéndose en un destino de temporadafijo paramuchos excursionistas. El Ayuntamiento de El Tiemblo aprobó una ordenanza para regular el acceso durante los días de mayor afluencia y reinvertir lo recaudado en este paraje de gran valor natural. Se ha limitado el tránsito por la pista que asciende la garganta de la Yedra hasta un área recreativa, a las puertas del castañar, donde se ha habilitado un aparcamiento. Los clásicos protestan: las cosas ya no son como hace veinte años, cuando descubrieron este bosque mágico. Cuando (casi) nadie lo conocía.