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Penúltimos estragos de la LOGSE

PUNTO DE FUGA

SÓLO el definitivo derrumbe entre la clase política de aquello que en tiempos se llamara educación general básica, esos saberes inexcusables para conducirse por el mundo sin provocar vergüenza ajena, es susceptible de explicar las últimas hazañas parlamentarias del tribuno Joan Herrera, o la paralela concesión del Premio Internacional Cataluña al mandatario más incompetente que padeciera Norteamérica a lo largo del difunto siglo XX, James Earl «Jimmy» Carter, junior. Así, no ha mucho, Herrera dio en exigir al Gobierno de la Nación la fulminante retirada del nombre de Alfonso XIII a cierta base militar de Melilla por constituir una muy intolerable «exaltación franquista». Hubo que explicarle, pues, a su señoría , igual que si de un «nini» de esos que haraganean por los platós de La Sexta se tratase, que el abuelo de Don Juan Carlos no ejerció las funciones de Jefe del Estado ni durante la Segunda República ni tampoco después de terminada la Guerra Civil.

Al tiempo, sus iguales del tripartito, los rendidos entusiastas domésticos del primer inquilino de la Casa Blanca humillado en las urnas desde1932, decidirían celebrar la inclinación de Carter por el dicho «soft power», algo parejo a un entremés del buenismo zapateril «avant la lettre»; clamorosa prueba de cargo de que la Cataluña con mando en plaza, simplemente, desconoce, tal como acaba de señalar Josep Fontana, el supremo motivo por el que ese Carter habrá de pasar a la historia contemporánea. Y es que nadie más que el inepto de Jimmy, el mismo que con alegre necedad cedió Irán a los ayatolás antes de armar hasta con misiles tierra-aire al núcleo germinal de los talibanes, sería el catalizador del islamismo militante, eso que hoy encarna la principal amenaza para la supervivencia de Occidente. Torpe empeño al que no resultaría ajeno otro Carter, Billy, el hermano alcohólico del presidente que ejerció durante años como esforzado «lobbysta» a sueldo de la Libia de Gaddafi.

Aunque, sin duda, lo que más han de apreciar los émulos catalanes del errático galardonado es el claudicante fatalismo que marcó su gestión toda. Un nihilismo que Cyrus Vance, el que fuera su secretario de Estado, propalaría con memorables aforismos del tipo «No podemos contener el cambio, del mismo modo que Canuto no podía contener el avance de las aguas». Por cierto, lo que tampoco hizo Canuto, a diferencia del tan sonriente y beatífico Carter, fue constituirse en activo cómplice de uno de los mayores genocidas que hayan conocido los anales: Pol Pot, aquel legendario carnicero que liderara a los jemeres rojos. Pues, como el oportuno Fontana también ha recordado, Estados Unidos votaría en la ONU a favor de que su Gobierno, ya expulsado del poder por el vecino Vietnam, siguiese siendo considerado como legítimo representante de Camboya, ignominioso aval que le permitiría proseguir con el delirante exterminio sistemático de la población en las zonas aún bajo su control. Terribles, los estragos de la LOGSE.

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